En la década de 1940, luego de la Segunda Guerra Mundial, el inglés George Orwell publicó La Granja de los Animales, en donde a modo de fábula, recrea la revolución organizada por los animales de una granja en contra del granjero de dicho lugar, a quien finalmente expulsan. Luego de lograr el objetivo que unía a todos los animales (el hombre como enemigo eterno de todo cuadrúpedo o ave), comienza a urdirse un nuevo sistema, que en un comienzo se presentó como la liberación de cada integrante de la granja, para finalmente terminar en una organización totalitaria. Para los entendidos, esta fábula podría ser una suerte de analogía de la situación que por aquel tiempo vivía la Unión Soviética.
Claramente, en este proyecto, algo fue truncado. No queda claro si la intención de los cerdos (líderes de la revolución) fue desde un comienzo apoderarse completamente del control de la granja o si en sus orígenes la ilusión de deshacerse del yugo del amo era algo genuino. Una realidad similar es la que se aprecia en aquel proceso que Chile experimentó según la historiografía; la llamada independencia.
Por todo lo anterior, propongo el concepto de Engaño como fundamental para comprender la construcción del Estado. En consecuencia, en un primer momento precisaremos a qué nos referimos con dicho término, para luego encontrar evidencia bibliográfica dentro de los textos sugeridos, contrastando ciertos planteamientos con bibliografía complementaria.
Según la Real Academia Española, Engaño implica diversas acepciones, entre ellas, la que más se adecúa a nuestra búsqueda consiste en falta de verdad en lo que se dice, hace, cree, piensa o discurre .
Durante décadas nuestro país detenta una gran estabilidad política que sería signo de un gobierno eficiente, pues ese supuesto orden posibilitaría el desarrollo social. Es así como el primer engaño que los autores desnudan se encuentra precisamente en una cita del cientista política Giovanni Sartori utilizada por Salazar, quien a propósito de dicha idea señala que (…) La estabilidad gubernamental indica mera duración; los gobiernos pueden tener larga vida y a la vez ser impotentes: su duración no constituye de manera alguna un indicador de eficiencia o eficacia . Para Salazar, reducir el éxito de un gobierno a su longevidad implicaría un reduccionismo, pues tendría que ser relacionado directamente con el genio de un estadista que dio durabilidad a su obra . En este caso la falacia, el engaño, es evidente, pues durante siglos hemos medido la solidez de nuestros gobernantes en relación a su paternalismo, autoritarismo y soberbia. Sin embargo, olvidamos las consecuencias de valorar este modelo portaliano, que ha anulado nuestras capacidades como actores sociales civiles: organización, información y participación, no sólo válida dentro de los códigos impuestos por las autoridades, sino también, instancias creadas por los mismos grupos sociales anónimos.
Asimismo, nos encontramos con la exposición de Collier respecto a algunos factores que influenciaron la progresiva escisión con la corona. El autor, al referirse a la escena prerrevolucionaria, considera de suma importancia el aspecto económico. Dentro de esta rama, resulta ineludible la tensión constante entre los intereses chilenos frente a los peruanos en la industria cerealera del siglo XVIII. El comercio exterior chileno, escribió Anselmo de la Cruz, estaba “gimiendo bajo el yugo peruano” . Y más abajo prosigue, afirmando que (…) la decisión peruana de resistir a todo trance, bien pudieron deberse en gran parte a este precedente de rivalidad y rencor . En estas líneas se aprecia una clara condescendencia hacia los intereses chilenos en desventaja de los peruanos. El recelo y desconfianza hacia los países vecinos es una visión arraigada en nuestra sociedad, fruto de una enseñanza basada en principios nacionalistas y chauvinistas. No obstante, aparecen autores que desmienten esta imagen engañosa, dejando de lado la condescendencia para intentar acercarse a la objetividad. De esta forma, Pérez-Mallaína deja al descubierto las artimañas de algunos comerciantes chilenos para sacar ventaja de la disputa cerealera contra Perú, valiéndose de recursos tan bajos como calumnias que indicaban el envenenamiento de sus tierras luego del terremoto de 1746 en Lima .
Ambos autores, de formas distintas, sugieren la idea de la conveniencia del Engaño para cimentar las bases de esta invención llamada Estado. El Engaño como el mejor engrudo resulta conveniente, pues cohesiona masas sociales tan dispares entre sí, que de otra forma, no podrían sentir lazos comunes. El aplacamiento de diversos actores en pos de la figura rutilante de un estadista genial, de un granjero, o, en último caso, de un cerdo, capaz de mantener al resto de la granja a raya. Por otro lado, la posibilidad de aunar energías y odios frente a un enemigo común, Perú.
martes, 19 de abril de 2011
sábado, 22 de enero de 2011
Transformación.
El grito ensordecedor desembocó en silencio. El odio amenazante en un abrazo fraterno. La angustia en paz. La rabia sangrienta en un llanto sincero. Las certezas en dudas.El alivio en culpa. Tus huesos en polvo.
lunes, 6 de diciembre de 2010
Sexo
Why does man go to hooker
First of all because
He quite often is not all that happy and sexual satisfied at home
His wife won't perform all the activities he has in mind
And most of all, oral sex is a taboo
The woman would say 'what do you think I am, a whore
I don't want to do that
miércoles, 24 de noviembre de 2010
Las consecuencias de votar por monos con navaja
Adjunto la opinión de un respetado profesor que sintetiza la de varios más:
REFORMA Y REDUCCIONISMO.
UNA REFLEXIÓN SOBRE EL EMPOBRECIMIENTO DE LA CULTURA HISTÓRICA QUE PROPONE EL MINEDUC.
La decisión del Mineduc de reducir las horas de enseñanza de la historia es lamentable aunque, hay que reconocerlo, no sorprende. De partida, hace tiempo ya que la asignatura (“subsector”) modificó su nombre (Estudio y Comprensión de la Sociedad; Historia y Ciencias Sociales), enfatizando contenidos que tienen a veces más relación con la sociología y la antropología, que con la historia; consecuentemente, se ha privilegiado el estudio del presente, de modo casi periodístico, en perjuicio del estudio del pasado, objeto del análisis histórico. En efecto, hace ya unos quince años que vemos cómo, paulatina pero consistentemente, se ha empobrecido la enseñanza de la historia en el mundo escolar, y es de temer que la historia termine desapareciendo completamente de los programas, en el mejor de los casos absorbida por otra disciplina o “subsector”.
Quienes amamos esta disciplina sabemos la importancia de la formación histórica en la etapa escolar para desarrollar el amor por la historia; quienes conocemos la historia y su valor, sabemos que es vital poner en contacto a niños y jóvenes con las grandes creaciones históricas del pasado: al reducir la enseñanza de la historia universal (Egipto, Grecia, Roma, la Edad Media) y centrar la mirada sólo en la modernidad y el presente, los privamos de la seducción de lo épico y de una visión verdaderamente humanista de su entorno histórico. Mario Góngora ya lo sabía y aconsejaba estudiar Historia Universal para poder comprender mejor la Historia de Chile. Reducir la enseñanza de la historia, excluyendo tercer y cuarto medio, dados los actuales programas, supone claramente minimizar el estudio del pasado y privilegiar el presentismo. Este empobrecimiento de la formación escolar no tiene nada de humanista: es la proposición del utilitarista que, impelido por el “logro” de ciertos “estándares”, no vacila en pagar cualquier precio. Los cursos que se verán afectados por la medida son aquellos decisivos para los resultados de la prueba Simce, como es evidente. ¿No se puede, acaso, optimizar el uso eficiente de las horas asignadas a Lenguaje, para elevar el nivel de logro de los escolares? Y si es necesario mejorar la formación de los profesores para ello, ¿por qué no hacerlo? Se ha planteado que algunas horas de Lenguaje se dedicarán a lectura en Biblioteca y me pregunto, por una parte, ¿nuestras escuelas tienen bibliotecas que permitan cumplir con dicho objetivo? Y por otra, ¿y si ese tiempo se dedicara a leer obras de carácter histórico, cumpliendo un doble objetivo? Para ello bastaría coordinar a los profesores de historia y de lenguaje, una integración interdisciplinaria que actualmente, por cierto, es de la mayor relevancia en el ámbito académico y que se constituiría en un verdadero desafío para la enseñanza escolar y que sólo le reportaría beneficios. Por último, cabe señalar que este tipo de modificaciones afectan más gravemente a la educación pública, que no cuenta con la flexibilidad ni la capacidad de gestión ni los recursos de los establecimientos privados que tienen una cierta dosis de autonomía que les permite elaborar sus propios programas (de acuerdo a las directrices del Mineduc, eso sí), así como reasignación de horas de la JEC si fuera menester. Si lo último es efectivo, estaríamos frente a otra forma más de discriminación en la educación chilena, contribuyendo a aumentar la brecha entre aquellos que pueden “darse el lujo” de una formación humanista, íntegra e integral, y aquellos que no.
Finalmente, cabe suponer que en un corto plazo la Prueba de Historia de la PSU va a desaparecer, salvo claro está que el FMI o la OCDE exija mantenerla… Más temprano que tarde, bajo el argumento de la “pertinencia” de los contenidos, esta enésima reforma de la reforma, impactará en el currículum universitario de la formación de graduados y profesores de historia, por lo que es menester estar atentos, porque este tipo de situaciones terminan por afectar gravemente a la autonomía universitaria. Ésta no consiste, como muchos creen, simplemente en la inviolabilidad del claustro universitario ni en que la fuerza pública no pueda ingresar en sus campus. Verdaderamente la autonomía universitaria es mucho más que eso, de mucha más seriedad, gravedad y repercusiones. Es un non serviam. Se trata de resguardar la libertad intelectual, la libertad ex cathedra que otorga la autoridad fundada en el saber. Esa libertad es la que ha permitido a la universidad enfrentarse a quienquiera que haya querido instrumentalizarla para servir a sus intereses, y decirle con orgullo non serviam, no te serviré. Hubo un tiempo —y ya es triste tener que recordarlo— en que las universidades orientaban a la sociedad… ¿Qué pasó como para que hoy ellas no sean requeridas en el debate público sino, peor aún, acepten mansamente servir los intereses de las políticas públicas de turno? Hoy más que nunca hay que resguardar y acrecentar los espacios de libertad de la vida universitaria. ¿Cuál ha sido el rol de las instituciones universitarias en todo este proceso? ¿Hasta dónde pueden seguir las universidades mansamente las políticas del Mineduc so pretexto de los fondos que están en juego? En fin, son consideraciones que, por ahora, nos llevan muy lejos del problema de fondo (empobrecimiento de la cultura escolar), pero que, creo, involucran cuestiones que no se pueden seguir soslayando.
Tengo la impresión de que la opinión de los especialistas (en Historia, obviamente) tiene poco valor en este minuto. Tal como ocurrió hace algunos años con la Reforma Educacional y el FID, si se pide la opinión, es sólo para cumplir con una formalidad, pero alea iacta est. Tengo la impresión también, aunque es apriorística y se basa sólo en información de prensa, de que a los especialistas en realidad no se les consultó ni interesa hacerlo. No obstante, creo que es importante que las escuelas, departamentos o institutos de historia del país hagan ver al Mineduc su parecer, en cartas y columnas públicas, ya sea firmadas por sus Directores o, quizá, por sus Consejos de Profesores; pienso, también, que una declaración o suerte de manifiesto de los Decanos involucrados (en forma singular, pero también como cuerpo), podría ser relevante en esta materia. Me temo, como dije, que los especialistas ya hemos perdido muchos espacios de discusión, por “dejar hacer” a inexpertos, burócratas o legos en la materia (que probablemente actúan con puras buenas intenciones) y que recuperarlos es muy difícil; sin embargo, al menos debe quedar el testimonio público al respecto.
Tenemos que mantenernos alertas, atentos y vigilantes, pues la barbarie está siempre al acecho, asumiendo distintas formas: frivolidad, liviandad, trivialización, vulgaridad, intervención, relativismo, tibieza, pusilanimidad, etc. No les concedamos más espacio a los bárbaros. Quizá todavía es tiempo.
José Marín R.
Profesor
Noviembre 21 de 2010, 9:00 hrs.
REFORMA Y REDUCCIONISMO.
UNA REFLEXIÓN SOBRE EL EMPOBRECIMIENTO DE LA CULTURA HISTÓRICA QUE PROPONE EL MINEDUC.
La decisión del Mineduc de reducir las horas de enseñanza de la historia es lamentable aunque, hay que reconocerlo, no sorprende. De partida, hace tiempo ya que la asignatura (“subsector”) modificó su nombre (Estudio y Comprensión de la Sociedad; Historia y Ciencias Sociales), enfatizando contenidos que tienen a veces más relación con la sociología y la antropología, que con la historia; consecuentemente, se ha privilegiado el estudio del presente, de modo casi periodístico, en perjuicio del estudio del pasado, objeto del análisis histórico. En efecto, hace ya unos quince años que vemos cómo, paulatina pero consistentemente, se ha empobrecido la enseñanza de la historia en el mundo escolar, y es de temer que la historia termine desapareciendo completamente de los programas, en el mejor de los casos absorbida por otra disciplina o “subsector”.
Quienes amamos esta disciplina sabemos la importancia de la formación histórica en la etapa escolar para desarrollar el amor por la historia; quienes conocemos la historia y su valor, sabemos que es vital poner en contacto a niños y jóvenes con las grandes creaciones históricas del pasado: al reducir la enseñanza de la historia universal (Egipto, Grecia, Roma, la Edad Media) y centrar la mirada sólo en la modernidad y el presente, los privamos de la seducción de lo épico y de una visión verdaderamente humanista de su entorno histórico. Mario Góngora ya lo sabía y aconsejaba estudiar Historia Universal para poder comprender mejor la Historia de Chile. Reducir la enseñanza de la historia, excluyendo tercer y cuarto medio, dados los actuales programas, supone claramente minimizar el estudio del pasado y privilegiar el presentismo. Este empobrecimiento de la formación escolar no tiene nada de humanista: es la proposición del utilitarista que, impelido por el “logro” de ciertos “estándares”, no vacila en pagar cualquier precio. Los cursos que se verán afectados por la medida son aquellos decisivos para los resultados de la prueba Simce, como es evidente. ¿No se puede, acaso, optimizar el uso eficiente de las horas asignadas a Lenguaje, para elevar el nivel de logro de los escolares? Y si es necesario mejorar la formación de los profesores para ello, ¿por qué no hacerlo? Se ha planteado que algunas horas de Lenguaje se dedicarán a lectura en Biblioteca y me pregunto, por una parte, ¿nuestras escuelas tienen bibliotecas que permitan cumplir con dicho objetivo? Y por otra, ¿y si ese tiempo se dedicara a leer obras de carácter histórico, cumpliendo un doble objetivo? Para ello bastaría coordinar a los profesores de historia y de lenguaje, una integración interdisciplinaria que actualmente, por cierto, es de la mayor relevancia en el ámbito académico y que se constituiría en un verdadero desafío para la enseñanza escolar y que sólo le reportaría beneficios. Por último, cabe señalar que este tipo de modificaciones afectan más gravemente a la educación pública, que no cuenta con la flexibilidad ni la capacidad de gestión ni los recursos de los establecimientos privados que tienen una cierta dosis de autonomía que les permite elaborar sus propios programas (de acuerdo a las directrices del Mineduc, eso sí), así como reasignación de horas de la JEC si fuera menester. Si lo último es efectivo, estaríamos frente a otra forma más de discriminación en la educación chilena, contribuyendo a aumentar la brecha entre aquellos que pueden “darse el lujo” de una formación humanista, íntegra e integral, y aquellos que no.
Finalmente, cabe suponer que en un corto plazo la Prueba de Historia de la PSU va a desaparecer, salvo claro está que el FMI o la OCDE exija mantenerla… Más temprano que tarde, bajo el argumento de la “pertinencia” de los contenidos, esta enésima reforma de la reforma, impactará en el currículum universitario de la formación de graduados y profesores de historia, por lo que es menester estar atentos, porque este tipo de situaciones terminan por afectar gravemente a la autonomía universitaria. Ésta no consiste, como muchos creen, simplemente en la inviolabilidad del claustro universitario ni en que la fuerza pública no pueda ingresar en sus campus. Verdaderamente la autonomía universitaria es mucho más que eso, de mucha más seriedad, gravedad y repercusiones. Es un non serviam. Se trata de resguardar la libertad intelectual, la libertad ex cathedra que otorga la autoridad fundada en el saber. Esa libertad es la que ha permitido a la universidad enfrentarse a quienquiera que haya querido instrumentalizarla para servir a sus intereses, y decirle con orgullo non serviam, no te serviré. Hubo un tiempo —y ya es triste tener que recordarlo— en que las universidades orientaban a la sociedad… ¿Qué pasó como para que hoy ellas no sean requeridas en el debate público sino, peor aún, acepten mansamente servir los intereses de las políticas públicas de turno? Hoy más que nunca hay que resguardar y acrecentar los espacios de libertad de la vida universitaria. ¿Cuál ha sido el rol de las instituciones universitarias en todo este proceso? ¿Hasta dónde pueden seguir las universidades mansamente las políticas del Mineduc so pretexto de los fondos que están en juego? En fin, son consideraciones que, por ahora, nos llevan muy lejos del problema de fondo (empobrecimiento de la cultura escolar), pero que, creo, involucran cuestiones que no se pueden seguir soslayando.
Tengo la impresión de que la opinión de los especialistas (en Historia, obviamente) tiene poco valor en este minuto. Tal como ocurrió hace algunos años con la Reforma Educacional y el FID, si se pide la opinión, es sólo para cumplir con una formalidad, pero alea iacta est. Tengo la impresión también, aunque es apriorística y se basa sólo en información de prensa, de que a los especialistas en realidad no se les consultó ni interesa hacerlo. No obstante, creo que es importante que las escuelas, departamentos o institutos de historia del país hagan ver al Mineduc su parecer, en cartas y columnas públicas, ya sea firmadas por sus Directores o, quizá, por sus Consejos de Profesores; pienso, también, que una declaración o suerte de manifiesto de los Decanos involucrados (en forma singular, pero también como cuerpo), podría ser relevante en esta materia. Me temo, como dije, que los especialistas ya hemos perdido muchos espacios de discusión, por “dejar hacer” a inexpertos, burócratas o legos en la materia (que probablemente actúan con puras buenas intenciones) y que recuperarlos es muy difícil; sin embargo, al menos debe quedar el testimonio público al respecto.
Tenemos que mantenernos alertas, atentos y vigilantes, pues la barbarie está siempre al acecho, asumiendo distintas formas: frivolidad, liviandad, trivialización, vulgaridad, intervención, relativismo, tibieza, pusilanimidad, etc. No les concedamos más espacio a los bárbaros. Quizá todavía es tiempo.
José Marín R.
Profesor
Noviembre 21 de 2010, 9:00 hrs.
jueves, 4 de noviembre de 2010
Autorretrato
Añañuca arrancada del desierto más árido del mundo, el cual en su aparente imagen yerma, grita vida desde las entrañas. Tus lágrimas se transforman en semillas que luego brotarán como historias. En tu calidez desértica intentas cobijarlo todo, pero tus mantos rojizos se agrietan. Añoras el día en el florezcas una vez más en tu olvidado desierto; sólo allí el sol taladra la piel y el silencio polvoriento da la bienvenida.
miércoles, 27 de octubre de 2010
Mañanas Descompuestas.
Con el frío del alba, pareciera que apresurara el paso. Su novel cuerpo se encontraba entumecido entre la niebla y humedad. Circulaban pocas almas a esa hora por la calle, por lo que el sonido de su carro y la escoba retumbaban por cada rincón. Algunos mendigos sentían su sueño inquietado por aquel choque contra las baldosas. Al ver que se trataba de aquel larguirucho cuerpo que danzaba dentro de un overol, se reacomodaban y volvían a dormir.
Pese a su juventud, y aspecto imberbe, había aprendido los rigores de la calle hacía mucho. Desde pequeño vendió parches curitas, helados, aspirinas, pañuelos, chocolates, rosas y un sinfín de objetos que le permitiesen sobrevivir. Ese mismo instinto de sobrevivencia lo llevó a pelear por un poco de comida más de alguna vez. Y fue precisamente en uno de aquellos enfrentamientos, en el cual ganó su particular apodo. Su nombre de pila era Fulgencio; su nombre real, como prefería aclarar, era Diente de Tecla.
Su mirada desbordaba picardía, con una dulzura impermeabilizada, pese a la aspereza que a diario salía a encararlo, cual perro bravo. Diente de Tecla llevaba su sonrisa impertérrita, de la cual sobresalía su particular dentadura- como enormes manteles blancos colgados en el patio-, sin importar los hedores, ni la basura que debía acarrear. Con justa razón entonces te digo que tienes un trabajo de mierda, le dijo un viejecito que una vez compartió un cigarrillo con él.
Una mañana, mientras vaciaba un basurero, creyó ver caer un objeto que por su color resplandecía del resto. Se detuvo unos segundos pensando si debía hurgar en ese momento, y de esa forma, saber de qué se trataba. Decidió avanzar unos metros más allá, esperando encontrar un rincón a salvo de la bruma. En cuanto se aparcó, introdujo la mano y el antebrazo al carro. Agachado comenzó a mover los desechos. Logró asir el extraño cuerpo que había perturbado su atención. Percatándose de su textura, pensó que podía ser un animal muerto. Movió la cabeza en ambas direcciones para asegurarse de que nadie estuviese cerca y sacó la mano. Era una oreja y aún estaba tibia. Abrió sus ojos enormes, tan grandes que podría haberlos expulsado de su órbita con la fuerza de la impresión. De inmediato buscó un paño bajo el overol. Envolvió el hallazgo y lo guardó en su bolsillo.
Recordaba aquella vez que presenció una pelea en la cual un marido celoso mutilaba la oreja de su mujer, y ésta, luego de gritar por horas de dolor, había sobrevivido. De seguro la persona que la perdió debe estar bien-pensó-tal vez tener dos orejas fuese avaricia, pues con una podemos escuchar de igual forma. Con aquella reflexión dio la decisión por hecha: no compartiría el suceso con nadie.
Con el pasar de las horas, comenzó a empaparse de una desconocida sensación, algo fresco. El día se desarrollaba particularmente confortable. Al barrer la calle, un par de personas advirtieron su presencia y le sonrieron. Una muchacha se atrevió a ir junto a él en el microbús, incluso el chofer de éste frenó amablemente cuando Diente de Tecla esperaba bajar. Antes de entregarse al descanso, concluyó que, sin duda había sido un día diferente, especial. El corazón de Diente de Tecla brincaba de éxtasis, y con cada brinco, asomaba por la boca. La oreja causaba aquella dicha; sería su nuevo amuleto.
Al día siguiente, Diente de Tecla se encontraba una vez más barriendo las veredas. Era el mismo silencio, sólo interrumpido por una alarma lejana, además, claro, de las ruedas de su carro quejándose contra las baldosas. También estaba la misma bruma que dibujaba a las personas borrosas, levitando cual fantasmas.
Luego de recorrer algunas calles, la niebla comenzó lentamente a disipar, como si el día, al despejarse, quisiera anunciar algo.
Al llegar al mismo basurero del hallazgo de la jornada anterior, Diente de Tecla sintió una leve comezón en las extremidades. Sin pensarlo demasiado, desbordando ansiedad, introdujo el antebrazo en el recipiente. Por unos segundos no sintió nada particular y un sentimiento similar al desdén lo envolvió. Eso cambió cuando pudo palpar algo tibio. Su cara parecía luz de semáforo, y su prominente dentadura podía confundirse con un destello galáctico. Al inspeccionar el descubrimiento reciente, observó que esta vez se trataba de un corazón. Con el mismo cuidado que el día anterior, sacó un paño y guardó con delicadeza y devoción el órgano. Para él, esta vez el acontecimiento estaba dotado de un significado mayor. Siempre se había preguntado qué se sentiría ser el dueño del corazón de alguien. Aquel día su pregunta recibía respuesta. Quizás no fuese del modo convencional, pero Diente de Tecla sentía que adquiría importancia. Tenía bajo su poder algo que para otra persona era vital. Pensaba en las propiedades adjudicadas a la oreja; ¡no podía esperar por ver los efectos en un órgano indispensable!
Estaba animado. Aferrado a la idea de que su suerte podría dar un giro rotundo, se encontraba expectante frente a cualquier evento extraordinario y favorable.
Sus anhelos fueron concretados cuando recibió el trato cordial de una mujer cincuentona, que al interceptar su camino, murmulló con una dulce voz algo así como permiso, hijo. O tal vez, disculpe, hijo. Diente de Tecla estaba anonadado. ¡Por segundo día consecutivo era advertido por alguien! Indudablemente, la oreja y el corazón poseían propiedades especiales.
Durante lo que quedaba de día, pensaba en los últimos eventos. Esperanzado vislumbraba un gran cambio. Quería saber qué deparaba el destino, pues para él, los descubrimientos entre la basura eran presagios.
Al día siguiente, temprano, antes de internarse una vez más en aquella jungla dormida, decidió traer consigo sus nuevos amuletos. No podía esperar por ver el efecto del poder de ambos preciados objetos al mismo tiempo. Pensaba que quizás esta vez encontraría una cantidad millonaria de dinero. O quizás caerían rendidos ante el irresistible encanto de su dentadura sobresaliente. Se percató de que aquella mañana era distinta, la niebla habitual había desaparecido, y el sol comenzaba a levantarse. Para él también sería una señal.
Iniciado el recorrido, la expresión y actitud de Diente de Tecla mostraban una alegría excepcional. Mientras silbaba, ejecutaba un leve movimiento de cabeza, como si bailara la canción que tarareaba. A cada paso, el entusiasmo acrecentaba. Cada vez más cerca del basurero de la suerte, su corazón latía más y más fuerte. Sus manos sudaban. No podía esperar por saber cuál sería el hallazgo correspondiente, ni menos, qué felices efectos traería.
Visualizó una aureola alrededor del basurero, abalanzándose sobre él. Mientras su mano nadaba entre la porquería, su cuerpo sufría espasmos. Al sentir el encuentro con otra mano, se detuvo de golpe. Sus ojos nuevamente parecían a punto de estallar. Extrajo la mano y notó que pertenecía a una mujer, pues sus uñas estaban cuidadosamente pintadas de rojo.
Absorto, examinando la extremidad cercenada, Diente de Tecla ignoró ladridos que se aproximaban. Una jauría fue convocada por el fuerte hedor que expelía no tan sólo la mano, también la oreja y el corazón, envueltos en el bolsillo de su uniforme. Sólo se reincorporó al ver que habían arrebatado de sus manos la mano femenina.
No conformes con ello, las bestias se arrojaron sobre él. El olor a descomposición lo había delatado. Al escuchar los rugidos de hambre de los atacantes, presa del miedo, no vio otra opción más que pedir auxilio. Sus gritos, tan intensos, podían escucharse por kilómetros a la redonda. En segundos, estaba rodeado de personas.
A patadas lograron apartar a los perros. Diente de Tecla estaba en el suelo, con harapos que antes eran ropa y overol. Sudaba y gemía luego del alboroto. Primero tocó sus canillas al descubierto. Luego comenzó a buscar sus amuletos. Pero entonces era demasiado tarde. Levantó la vista y observó la cara de espanto y asco de los desconocidos. ¡Es un asesino, fíjense en esa oreja y en los restos de esa mano! ¡Qué tremendo, Dios Mío!, exclamó una mujer mayor.
Al ser interrogado por los restos mutilados, Diente de Tecla no afirmaba ni negaba nada. Sólo lamentaba la pérdida de sus objetos más preciados, lo único valioso que atesoraba.
Pese a su juventud, y aspecto imberbe, había aprendido los rigores de la calle hacía mucho. Desde pequeño vendió parches curitas, helados, aspirinas, pañuelos, chocolates, rosas y un sinfín de objetos que le permitiesen sobrevivir. Ese mismo instinto de sobrevivencia lo llevó a pelear por un poco de comida más de alguna vez. Y fue precisamente en uno de aquellos enfrentamientos, en el cual ganó su particular apodo. Su nombre de pila era Fulgencio; su nombre real, como prefería aclarar, era Diente de Tecla.
Su mirada desbordaba picardía, con una dulzura impermeabilizada, pese a la aspereza que a diario salía a encararlo, cual perro bravo. Diente de Tecla llevaba su sonrisa impertérrita, de la cual sobresalía su particular dentadura- como enormes manteles blancos colgados en el patio-, sin importar los hedores, ni la basura que debía acarrear. Con justa razón entonces te digo que tienes un trabajo de mierda, le dijo un viejecito que una vez compartió un cigarrillo con él.
Una mañana, mientras vaciaba un basurero, creyó ver caer un objeto que por su color resplandecía del resto. Se detuvo unos segundos pensando si debía hurgar en ese momento, y de esa forma, saber de qué se trataba. Decidió avanzar unos metros más allá, esperando encontrar un rincón a salvo de la bruma. En cuanto se aparcó, introdujo la mano y el antebrazo al carro. Agachado comenzó a mover los desechos. Logró asir el extraño cuerpo que había perturbado su atención. Percatándose de su textura, pensó que podía ser un animal muerto. Movió la cabeza en ambas direcciones para asegurarse de que nadie estuviese cerca y sacó la mano. Era una oreja y aún estaba tibia. Abrió sus ojos enormes, tan grandes que podría haberlos expulsado de su órbita con la fuerza de la impresión. De inmediato buscó un paño bajo el overol. Envolvió el hallazgo y lo guardó en su bolsillo.
Recordaba aquella vez que presenció una pelea en la cual un marido celoso mutilaba la oreja de su mujer, y ésta, luego de gritar por horas de dolor, había sobrevivido. De seguro la persona que la perdió debe estar bien-pensó-tal vez tener dos orejas fuese avaricia, pues con una podemos escuchar de igual forma. Con aquella reflexión dio la decisión por hecha: no compartiría el suceso con nadie.
Con el pasar de las horas, comenzó a empaparse de una desconocida sensación, algo fresco. El día se desarrollaba particularmente confortable. Al barrer la calle, un par de personas advirtieron su presencia y le sonrieron. Una muchacha se atrevió a ir junto a él en el microbús, incluso el chofer de éste frenó amablemente cuando Diente de Tecla esperaba bajar. Antes de entregarse al descanso, concluyó que, sin duda había sido un día diferente, especial. El corazón de Diente de Tecla brincaba de éxtasis, y con cada brinco, asomaba por la boca. La oreja causaba aquella dicha; sería su nuevo amuleto.
Al día siguiente, Diente de Tecla se encontraba una vez más barriendo las veredas. Era el mismo silencio, sólo interrumpido por una alarma lejana, además, claro, de las ruedas de su carro quejándose contra las baldosas. También estaba la misma bruma que dibujaba a las personas borrosas, levitando cual fantasmas.
Luego de recorrer algunas calles, la niebla comenzó lentamente a disipar, como si el día, al despejarse, quisiera anunciar algo.
Al llegar al mismo basurero del hallazgo de la jornada anterior, Diente de Tecla sintió una leve comezón en las extremidades. Sin pensarlo demasiado, desbordando ansiedad, introdujo el antebrazo en el recipiente. Por unos segundos no sintió nada particular y un sentimiento similar al desdén lo envolvió. Eso cambió cuando pudo palpar algo tibio. Su cara parecía luz de semáforo, y su prominente dentadura podía confundirse con un destello galáctico. Al inspeccionar el descubrimiento reciente, observó que esta vez se trataba de un corazón. Con el mismo cuidado que el día anterior, sacó un paño y guardó con delicadeza y devoción el órgano. Para él, esta vez el acontecimiento estaba dotado de un significado mayor. Siempre se había preguntado qué se sentiría ser el dueño del corazón de alguien. Aquel día su pregunta recibía respuesta. Quizás no fuese del modo convencional, pero Diente de Tecla sentía que adquiría importancia. Tenía bajo su poder algo que para otra persona era vital. Pensaba en las propiedades adjudicadas a la oreja; ¡no podía esperar por ver los efectos en un órgano indispensable!
Estaba animado. Aferrado a la idea de que su suerte podría dar un giro rotundo, se encontraba expectante frente a cualquier evento extraordinario y favorable.
Sus anhelos fueron concretados cuando recibió el trato cordial de una mujer cincuentona, que al interceptar su camino, murmulló con una dulce voz algo así como permiso, hijo. O tal vez, disculpe, hijo. Diente de Tecla estaba anonadado. ¡Por segundo día consecutivo era advertido por alguien! Indudablemente, la oreja y el corazón poseían propiedades especiales.
Durante lo que quedaba de día, pensaba en los últimos eventos. Esperanzado vislumbraba un gran cambio. Quería saber qué deparaba el destino, pues para él, los descubrimientos entre la basura eran presagios.
Al día siguiente, temprano, antes de internarse una vez más en aquella jungla dormida, decidió traer consigo sus nuevos amuletos. No podía esperar por ver el efecto del poder de ambos preciados objetos al mismo tiempo. Pensaba que quizás esta vez encontraría una cantidad millonaria de dinero. O quizás caerían rendidos ante el irresistible encanto de su dentadura sobresaliente. Se percató de que aquella mañana era distinta, la niebla habitual había desaparecido, y el sol comenzaba a levantarse. Para él también sería una señal.
Iniciado el recorrido, la expresión y actitud de Diente de Tecla mostraban una alegría excepcional. Mientras silbaba, ejecutaba un leve movimiento de cabeza, como si bailara la canción que tarareaba. A cada paso, el entusiasmo acrecentaba. Cada vez más cerca del basurero de la suerte, su corazón latía más y más fuerte. Sus manos sudaban. No podía esperar por saber cuál sería el hallazgo correspondiente, ni menos, qué felices efectos traería.
Visualizó una aureola alrededor del basurero, abalanzándose sobre él. Mientras su mano nadaba entre la porquería, su cuerpo sufría espasmos. Al sentir el encuentro con otra mano, se detuvo de golpe. Sus ojos nuevamente parecían a punto de estallar. Extrajo la mano y notó que pertenecía a una mujer, pues sus uñas estaban cuidadosamente pintadas de rojo.
Absorto, examinando la extremidad cercenada, Diente de Tecla ignoró ladridos que se aproximaban. Una jauría fue convocada por el fuerte hedor que expelía no tan sólo la mano, también la oreja y el corazón, envueltos en el bolsillo de su uniforme. Sólo se reincorporó al ver que habían arrebatado de sus manos la mano femenina.
No conformes con ello, las bestias se arrojaron sobre él. El olor a descomposición lo había delatado. Al escuchar los rugidos de hambre de los atacantes, presa del miedo, no vio otra opción más que pedir auxilio. Sus gritos, tan intensos, podían escucharse por kilómetros a la redonda. En segundos, estaba rodeado de personas.
A patadas lograron apartar a los perros. Diente de Tecla estaba en el suelo, con harapos que antes eran ropa y overol. Sudaba y gemía luego del alboroto. Primero tocó sus canillas al descubierto. Luego comenzó a buscar sus amuletos. Pero entonces era demasiado tarde. Levantó la vista y observó la cara de espanto y asco de los desconocidos. ¡Es un asesino, fíjense en esa oreja y en los restos de esa mano! ¡Qué tremendo, Dios Mío!, exclamó una mujer mayor.
Al ser interrogado por los restos mutilados, Diente de Tecla no afirmaba ni negaba nada. Sólo lamentaba la pérdida de sus objetos más preciados, lo único valioso que atesoraba.
domingo, 24 de octubre de 2010
Escape
Un golpe. Dos golpes. Tres. Varios latigazos. Una quemadura; muchas. Un chirrido. Luego chillidos. Clamaban por piedad, pero no había caso. Debían pagar por su terquedad. Les decía que no y volvían a hacerlo. ¡Estoy diciendo que se queden ahí, mierda! Y al oír la voz, quedaban impávidos esperando a que ocurriera lo peor. Fulgencia adoptaba una voz patronal. Acompañada por el extraño tubo que emanaba gritos infernales, los dirigía al lugar exacto en el que debían estar.
Junto con el lugar, venían las indicaciones. Escuchaban impasibles, mientras les exigía obediencia. Ante el menor atisbo de relajo, volvían los manotazos, los rugidos y los chillidos.
Frente al rito asfixiante, comenzaban a debilitarse. Perdieron vida, fuerza. Sus jóvenes cuerpos se marchitaban día a día. Comprendieron que el escenario, cual campo de concentración, exigía una salida, un escape.
Organizados comenzaron a huir, lentamente, en el silencio de las cómplices noches. Algunas veces en solitario, otras, en escapes colectivos. Al marcharse, unos con otros se despedían y manifestaban su amargo júbilo. Algunas noches, Fulgencia podía escuchar los adioses y los deseos de una vida mejor. Pero intentaba ignorarlos, justificando que quizás sólo fuera parte de su mente cansada, alucinando por el cansancio.
Una mañana, el extraño tubo endemoniado volvió a buscarlos para continuar con el martirio. Los pocos que quedaban, valientes, no se preocuparon por aparentar sumisión. No había nada que perder. Frente a la rebeldía, el artefacto enyegüecido desesperó, por lo que comenzó a dar postreras llamaradas de inquietante sonido. Pero antes de que pudiera ultimar a alguien, era demasiado tarde. Arrancó a todos con el primer manotazo. Nada quedaba de aquellos cuerpos bellos y alargados, que juntos producían las más graciosas y coquetas formas. El marco de su rostro había desaparecido.
Junto con el lugar, venían las indicaciones. Escuchaban impasibles, mientras les exigía obediencia. Ante el menor atisbo de relajo, volvían los manotazos, los rugidos y los chillidos.
Frente al rito asfixiante, comenzaban a debilitarse. Perdieron vida, fuerza. Sus jóvenes cuerpos se marchitaban día a día. Comprendieron que el escenario, cual campo de concentración, exigía una salida, un escape.
Organizados comenzaron a huir, lentamente, en el silencio de las cómplices noches. Algunas veces en solitario, otras, en escapes colectivos. Al marcharse, unos con otros se despedían y manifestaban su amargo júbilo. Algunas noches, Fulgencia podía escuchar los adioses y los deseos de una vida mejor. Pero intentaba ignorarlos, justificando que quizás sólo fuera parte de su mente cansada, alucinando por el cansancio.
Una mañana, el extraño tubo endemoniado volvió a buscarlos para continuar con el martirio. Los pocos que quedaban, valientes, no se preocuparon por aparentar sumisión. No había nada que perder. Frente a la rebeldía, el artefacto enyegüecido desesperó, por lo que comenzó a dar postreras llamaradas de inquietante sonido. Pero antes de que pudiera ultimar a alguien, era demasiado tarde. Arrancó a todos con el primer manotazo. Nada quedaba de aquellos cuerpos bellos y alargados, que juntos producían las más graciosas y coquetas formas. El marco de su rostro había desaparecido.
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