lunes, 6 de diciembre de 2010
Sexo
Why does man go to hooker
First of all because
He quite often is not all that happy and sexual satisfied at home
His wife won't perform all the activities he has in mind
And most of all, oral sex is a taboo
The woman would say 'what do you think I am, a whore
I don't want to do that
miércoles, 24 de noviembre de 2010
Las consecuencias de votar por monos con navaja
Adjunto la opinión de un respetado profesor que sintetiza la de varios más:
REFORMA Y REDUCCIONISMO.
UNA REFLEXIÓN SOBRE EL EMPOBRECIMIENTO DE LA CULTURA HISTÓRICA QUE PROPONE EL MINEDUC.
La decisión del Mineduc de reducir las horas de enseñanza de la historia es lamentable aunque, hay que reconocerlo, no sorprende. De partida, hace tiempo ya que la asignatura (“subsector”) modificó su nombre (Estudio y Comprensión de la Sociedad; Historia y Ciencias Sociales), enfatizando contenidos que tienen a veces más relación con la sociología y la antropología, que con la historia; consecuentemente, se ha privilegiado el estudio del presente, de modo casi periodístico, en perjuicio del estudio del pasado, objeto del análisis histórico. En efecto, hace ya unos quince años que vemos cómo, paulatina pero consistentemente, se ha empobrecido la enseñanza de la historia en el mundo escolar, y es de temer que la historia termine desapareciendo completamente de los programas, en el mejor de los casos absorbida por otra disciplina o “subsector”.
Quienes amamos esta disciplina sabemos la importancia de la formación histórica en la etapa escolar para desarrollar el amor por la historia; quienes conocemos la historia y su valor, sabemos que es vital poner en contacto a niños y jóvenes con las grandes creaciones históricas del pasado: al reducir la enseñanza de la historia universal (Egipto, Grecia, Roma, la Edad Media) y centrar la mirada sólo en la modernidad y el presente, los privamos de la seducción de lo épico y de una visión verdaderamente humanista de su entorno histórico. Mario Góngora ya lo sabía y aconsejaba estudiar Historia Universal para poder comprender mejor la Historia de Chile. Reducir la enseñanza de la historia, excluyendo tercer y cuarto medio, dados los actuales programas, supone claramente minimizar el estudio del pasado y privilegiar el presentismo. Este empobrecimiento de la formación escolar no tiene nada de humanista: es la proposición del utilitarista que, impelido por el “logro” de ciertos “estándares”, no vacila en pagar cualquier precio. Los cursos que se verán afectados por la medida son aquellos decisivos para los resultados de la prueba Simce, como es evidente. ¿No se puede, acaso, optimizar el uso eficiente de las horas asignadas a Lenguaje, para elevar el nivel de logro de los escolares? Y si es necesario mejorar la formación de los profesores para ello, ¿por qué no hacerlo? Se ha planteado que algunas horas de Lenguaje se dedicarán a lectura en Biblioteca y me pregunto, por una parte, ¿nuestras escuelas tienen bibliotecas que permitan cumplir con dicho objetivo? Y por otra, ¿y si ese tiempo se dedicara a leer obras de carácter histórico, cumpliendo un doble objetivo? Para ello bastaría coordinar a los profesores de historia y de lenguaje, una integración interdisciplinaria que actualmente, por cierto, es de la mayor relevancia en el ámbito académico y que se constituiría en un verdadero desafío para la enseñanza escolar y que sólo le reportaría beneficios. Por último, cabe señalar que este tipo de modificaciones afectan más gravemente a la educación pública, que no cuenta con la flexibilidad ni la capacidad de gestión ni los recursos de los establecimientos privados que tienen una cierta dosis de autonomía que les permite elaborar sus propios programas (de acuerdo a las directrices del Mineduc, eso sí), así como reasignación de horas de la JEC si fuera menester. Si lo último es efectivo, estaríamos frente a otra forma más de discriminación en la educación chilena, contribuyendo a aumentar la brecha entre aquellos que pueden “darse el lujo” de una formación humanista, íntegra e integral, y aquellos que no.
Finalmente, cabe suponer que en un corto plazo la Prueba de Historia de la PSU va a desaparecer, salvo claro está que el FMI o la OCDE exija mantenerla… Más temprano que tarde, bajo el argumento de la “pertinencia” de los contenidos, esta enésima reforma de la reforma, impactará en el currículum universitario de la formación de graduados y profesores de historia, por lo que es menester estar atentos, porque este tipo de situaciones terminan por afectar gravemente a la autonomía universitaria. Ésta no consiste, como muchos creen, simplemente en la inviolabilidad del claustro universitario ni en que la fuerza pública no pueda ingresar en sus campus. Verdaderamente la autonomía universitaria es mucho más que eso, de mucha más seriedad, gravedad y repercusiones. Es un non serviam. Se trata de resguardar la libertad intelectual, la libertad ex cathedra que otorga la autoridad fundada en el saber. Esa libertad es la que ha permitido a la universidad enfrentarse a quienquiera que haya querido instrumentalizarla para servir a sus intereses, y decirle con orgullo non serviam, no te serviré. Hubo un tiempo —y ya es triste tener que recordarlo— en que las universidades orientaban a la sociedad… ¿Qué pasó como para que hoy ellas no sean requeridas en el debate público sino, peor aún, acepten mansamente servir los intereses de las políticas públicas de turno? Hoy más que nunca hay que resguardar y acrecentar los espacios de libertad de la vida universitaria. ¿Cuál ha sido el rol de las instituciones universitarias en todo este proceso? ¿Hasta dónde pueden seguir las universidades mansamente las políticas del Mineduc so pretexto de los fondos que están en juego? En fin, son consideraciones que, por ahora, nos llevan muy lejos del problema de fondo (empobrecimiento de la cultura escolar), pero que, creo, involucran cuestiones que no se pueden seguir soslayando.
Tengo la impresión de que la opinión de los especialistas (en Historia, obviamente) tiene poco valor en este minuto. Tal como ocurrió hace algunos años con la Reforma Educacional y el FID, si se pide la opinión, es sólo para cumplir con una formalidad, pero alea iacta est. Tengo la impresión también, aunque es apriorística y se basa sólo en información de prensa, de que a los especialistas en realidad no se les consultó ni interesa hacerlo. No obstante, creo que es importante que las escuelas, departamentos o institutos de historia del país hagan ver al Mineduc su parecer, en cartas y columnas públicas, ya sea firmadas por sus Directores o, quizá, por sus Consejos de Profesores; pienso, también, que una declaración o suerte de manifiesto de los Decanos involucrados (en forma singular, pero también como cuerpo), podría ser relevante en esta materia. Me temo, como dije, que los especialistas ya hemos perdido muchos espacios de discusión, por “dejar hacer” a inexpertos, burócratas o legos en la materia (que probablemente actúan con puras buenas intenciones) y que recuperarlos es muy difícil; sin embargo, al menos debe quedar el testimonio público al respecto.
Tenemos que mantenernos alertas, atentos y vigilantes, pues la barbarie está siempre al acecho, asumiendo distintas formas: frivolidad, liviandad, trivialización, vulgaridad, intervención, relativismo, tibieza, pusilanimidad, etc. No les concedamos más espacio a los bárbaros. Quizá todavía es tiempo.
José Marín R.
Profesor
Noviembre 21 de 2010, 9:00 hrs.
REFORMA Y REDUCCIONISMO.
UNA REFLEXIÓN SOBRE EL EMPOBRECIMIENTO DE LA CULTURA HISTÓRICA QUE PROPONE EL MINEDUC.
La decisión del Mineduc de reducir las horas de enseñanza de la historia es lamentable aunque, hay que reconocerlo, no sorprende. De partida, hace tiempo ya que la asignatura (“subsector”) modificó su nombre (Estudio y Comprensión de la Sociedad; Historia y Ciencias Sociales), enfatizando contenidos que tienen a veces más relación con la sociología y la antropología, que con la historia; consecuentemente, se ha privilegiado el estudio del presente, de modo casi periodístico, en perjuicio del estudio del pasado, objeto del análisis histórico. En efecto, hace ya unos quince años que vemos cómo, paulatina pero consistentemente, se ha empobrecido la enseñanza de la historia en el mundo escolar, y es de temer que la historia termine desapareciendo completamente de los programas, en el mejor de los casos absorbida por otra disciplina o “subsector”.
Quienes amamos esta disciplina sabemos la importancia de la formación histórica en la etapa escolar para desarrollar el amor por la historia; quienes conocemos la historia y su valor, sabemos que es vital poner en contacto a niños y jóvenes con las grandes creaciones históricas del pasado: al reducir la enseñanza de la historia universal (Egipto, Grecia, Roma, la Edad Media) y centrar la mirada sólo en la modernidad y el presente, los privamos de la seducción de lo épico y de una visión verdaderamente humanista de su entorno histórico. Mario Góngora ya lo sabía y aconsejaba estudiar Historia Universal para poder comprender mejor la Historia de Chile. Reducir la enseñanza de la historia, excluyendo tercer y cuarto medio, dados los actuales programas, supone claramente minimizar el estudio del pasado y privilegiar el presentismo. Este empobrecimiento de la formación escolar no tiene nada de humanista: es la proposición del utilitarista que, impelido por el “logro” de ciertos “estándares”, no vacila en pagar cualquier precio. Los cursos que se verán afectados por la medida son aquellos decisivos para los resultados de la prueba Simce, como es evidente. ¿No se puede, acaso, optimizar el uso eficiente de las horas asignadas a Lenguaje, para elevar el nivel de logro de los escolares? Y si es necesario mejorar la formación de los profesores para ello, ¿por qué no hacerlo? Se ha planteado que algunas horas de Lenguaje se dedicarán a lectura en Biblioteca y me pregunto, por una parte, ¿nuestras escuelas tienen bibliotecas que permitan cumplir con dicho objetivo? Y por otra, ¿y si ese tiempo se dedicara a leer obras de carácter histórico, cumpliendo un doble objetivo? Para ello bastaría coordinar a los profesores de historia y de lenguaje, una integración interdisciplinaria que actualmente, por cierto, es de la mayor relevancia en el ámbito académico y que se constituiría en un verdadero desafío para la enseñanza escolar y que sólo le reportaría beneficios. Por último, cabe señalar que este tipo de modificaciones afectan más gravemente a la educación pública, que no cuenta con la flexibilidad ni la capacidad de gestión ni los recursos de los establecimientos privados que tienen una cierta dosis de autonomía que les permite elaborar sus propios programas (de acuerdo a las directrices del Mineduc, eso sí), así como reasignación de horas de la JEC si fuera menester. Si lo último es efectivo, estaríamos frente a otra forma más de discriminación en la educación chilena, contribuyendo a aumentar la brecha entre aquellos que pueden “darse el lujo” de una formación humanista, íntegra e integral, y aquellos que no.
Finalmente, cabe suponer que en un corto plazo la Prueba de Historia de la PSU va a desaparecer, salvo claro está que el FMI o la OCDE exija mantenerla… Más temprano que tarde, bajo el argumento de la “pertinencia” de los contenidos, esta enésima reforma de la reforma, impactará en el currículum universitario de la formación de graduados y profesores de historia, por lo que es menester estar atentos, porque este tipo de situaciones terminan por afectar gravemente a la autonomía universitaria. Ésta no consiste, como muchos creen, simplemente en la inviolabilidad del claustro universitario ni en que la fuerza pública no pueda ingresar en sus campus. Verdaderamente la autonomía universitaria es mucho más que eso, de mucha más seriedad, gravedad y repercusiones. Es un non serviam. Se trata de resguardar la libertad intelectual, la libertad ex cathedra que otorga la autoridad fundada en el saber. Esa libertad es la que ha permitido a la universidad enfrentarse a quienquiera que haya querido instrumentalizarla para servir a sus intereses, y decirle con orgullo non serviam, no te serviré. Hubo un tiempo —y ya es triste tener que recordarlo— en que las universidades orientaban a la sociedad… ¿Qué pasó como para que hoy ellas no sean requeridas en el debate público sino, peor aún, acepten mansamente servir los intereses de las políticas públicas de turno? Hoy más que nunca hay que resguardar y acrecentar los espacios de libertad de la vida universitaria. ¿Cuál ha sido el rol de las instituciones universitarias en todo este proceso? ¿Hasta dónde pueden seguir las universidades mansamente las políticas del Mineduc so pretexto de los fondos que están en juego? En fin, son consideraciones que, por ahora, nos llevan muy lejos del problema de fondo (empobrecimiento de la cultura escolar), pero que, creo, involucran cuestiones que no se pueden seguir soslayando.
Tengo la impresión de que la opinión de los especialistas (en Historia, obviamente) tiene poco valor en este minuto. Tal como ocurrió hace algunos años con la Reforma Educacional y el FID, si se pide la opinión, es sólo para cumplir con una formalidad, pero alea iacta est. Tengo la impresión también, aunque es apriorística y se basa sólo en información de prensa, de que a los especialistas en realidad no se les consultó ni interesa hacerlo. No obstante, creo que es importante que las escuelas, departamentos o institutos de historia del país hagan ver al Mineduc su parecer, en cartas y columnas públicas, ya sea firmadas por sus Directores o, quizá, por sus Consejos de Profesores; pienso, también, que una declaración o suerte de manifiesto de los Decanos involucrados (en forma singular, pero también como cuerpo), podría ser relevante en esta materia. Me temo, como dije, que los especialistas ya hemos perdido muchos espacios de discusión, por “dejar hacer” a inexpertos, burócratas o legos en la materia (que probablemente actúan con puras buenas intenciones) y que recuperarlos es muy difícil; sin embargo, al menos debe quedar el testimonio público al respecto.
Tenemos que mantenernos alertas, atentos y vigilantes, pues la barbarie está siempre al acecho, asumiendo distintas formas: frivolidad, liviandad, trivialización, vulgaridad, intervención, relativismo, tibieza, pusilanimidad, etc. No les concedamos más espacio a los bárbaros. Quizá todavía es tiempo.
José Marín R.
Profesor
Noviembre 21 de 2010, 9:00 hrs.
jueves, 4 de noviembre de 2010
Autorretrato
Añañuca arrancada del desierto más árido del mundo, el cual en su aparente imagen yerma, grita vida desde las entrañas. Tus lágrimas se transforman en semillas que luego brotarán como historias. En tu calidez desértica intentas cobijarlo todo, pero tus mantos rojizos se agrietan. Añoras el día en el florezcas una vez más en tu olvidado desierto; sólo allí el sol taladra la piel y el silencio polvoriento da la bienvenida.
miércoles, 27 de octubre de 2010
Mañanas Descompuestas.
Con el frío del alba, pareciera que apresurara el paso. Su novel cuerpo se encontraba entumecido entre la niebla y humedad. Circulaban pocas almas a esa hora por la calle, por lo que el sonido de su carro y la escoba retumbaban por cada rincón. Algunos mendigos sentían su sueño inquietado por aquel choque contra las baldosas. Al ver que se trataba de aquel larguirucho cuerpo que danzaba dentro de un overol, se reacomodaban y volvían a dormir.
Pese a su juventud, y aspecto imberbe, había aprendido los rigores de la calle hacía mucho. Desde pequeño vendió parches curitas, helados, aspirinas, pañuelos, chocolates, rosas y un sinfín de objetos que le permitiesen sobrevivir. Ese mismo instinto de sobrevivencia lo llevó a pelear por un poco de comida más de alguna vez. Y fue precisamente en uno de aquellos enfrentamientos, en el cual ganó su particular apodo. Su nombre de pila era Fulgencio; su nombre real, como prefería aclarar, era Diente de Tecla.
Su mirada desbordaba picardía, con una dulzura impermeabilizada, pese a la aspereza que a diario salía a encararlo, cual perro bravo. Diente de Tecla llevaba su sonrisa impertérrita, de la cual sobresalía su particular dentadura- como enormes manteles blancos colgados en el patio-, sin importar los hedores, ni la basura que debía acarrear. Con justa razón entonces te digo que tienes un trabajo de mierda, le dijo un viejecito que una vez compartió un cigarrillo con él.
Una mañana, mientras vaciaba un basurero, creyó ver caer un objeto que por su color resplandecía del resto. Se detuvo unos segundos pensando si debía hurgar en ese momento, y de esa forma, saber de qué se trataba. Decidió avanzar unos metros más allá, esperando encontrar un rincón a salvo de la bruma. En cuanto se aparcó, introdujo la mano y el antebrazo al carro. Agachado comenzó a mover los desechos. Logró asir el extraño cuerpo que había perturbado su atención. Percatándose de su textura, pensó que podía ser un animal muerto. Movió la cabeza en ambas direcciones para asegurarse de que nadie estuviese cerca y sacó la mano. Era una oreja y aún estaba tibia. Abrió sus ojos enormes, tan grandes que podría haberlos expulsado de su órbita con la fuerza de la impresión. De inmediato buscó un paño bajo el overol. Envolvió el hallazgo y lo guardó en su bolsillo.
Recordaba aquella vez que presenció una pelea en la cual un marido celoso mutilaba la oreja de su mujer, y ésta, luego de gritar por horas de dolor, había sobrevivido. De seguro la persona que la perdió debe estar bien-pensó-tal vez tener dos orejas fuese avaricia, pues con una podemos escuchar de igual forma. Con aquella reflexión dio la decisión por hecha: no compartiría el suceso con nadie.
Con el pasar de las horas, comenzó a empaparse de una desconocida sensación, algo fresco. El día se desarrollaba particularmente confortable. Al barrer la calle, un par de personas advirtieron su presencia y le sonrieron. Una muchacha se atrevió a ir junto a él en el microbús, incluso el chofer de éste frenó amablemente cuando Diente de Tecla esperaba bajar. Antes de entregarse al descanso, concluyó que, sin duda había sido un día diferente, especial. El corazón de Diente de Tecla brincaba de éxtasis, y con cada brinco, asomaba por la boca. La oreja causaba aquella dicha; sería su nuevo amuleto.
Al día siguiente, Diente de Tecla se encontraba una vez más barriendo las veredas. Era el mismo silencio, sólo interrumpido por una alarma lejana, además, claro, de las ruedas de su carro quejándose contra las baldosas. También estaba la misma bruma que dibujaba a las personas borrosas, levitando cual fantasmas.
Luego de recorrer algunas calles, la niebla comenzó lentamente a disipar, como si el día, al despejarse, quisiera anunciar algo.
Al llegar al mismo basurero del hallazgo de la jornada anterior, Diente de Tecla sintió una leve comezón en las extremidades. Sin pensarlo demasiado, desbordando ansiedad, introdujo el antebrazo en el recipiente. Por unos segundos no sintió nada particular y un sentimiento similar al desdén lo envolvió. Eso cambió cuando pudo palpar algo tibio. Su cara parecía luz de semáforo, y su prominente dentadura podía confundirse con un destello galáctico. Al inspeccionar el descubrimiento reciente, observó que esta vez se trataba de un corazón. Con el mismo cuidado que el día anterior, sacó un paño y guardó con delicadeza y devoción el órgano. Para él, esta vez el acontecimiento estaba dotado de un significado mayor. Siempre se había preguntado qué se sentiría ser el dueño del corazón de alguien. Aquel día su pregunta recibía respuesta. Quizás no fuese del modo convencional, pero Diente de Tecla sentía que adquiría importancia. Tenía bajo su poder algo que para otra persona era vital. Pensaba en las propiedades adjudicadas a la oreja; ¡no podía esperar por ver los efectos en un órgano indispensable!
Estaba animado. Aferrado a la idea de que su suerte podría dar un giro rotundo, se encontraba expectante frente a cualquier evento extraordinario y favorable.
Sus anhelos fueron concretados cuando recibió el trato cordial de una mujer cincuentona, que al interceptar su camino, murmulló con una dulce voz algo así como permiso, hijo. O tal vez, disculpe, hijo. Diente de Tecla estaba anonadado. ¡Por segundo día consecutivo era advertido por alguien! Indudablemente, la oreja y el corazón poseían propiedades especiales.
Durante lo que quedaba de día, pensaba en los últimos eventos. Esperanzado vislumbraba un gran cambio. Quería saber qué deparaba el destino, pues para él, los descubrimientos entre la basura eran presagios.
Al día siguiente, temprano, antes de internarse una vez más en aquella jungla dormida, decidió traer consigo sus nuevos amuletos. No podía esperar por ver el efecto del poder de ambos preciados objetos al mismo tiempo. Pensaba que quizás esta vez encontraría una cantidad millonaria de dinero. O quizás caerían rendidos ante el irresistible encanto de su dentadura sobresaliente. Se percató de que aquella mañana era distinta, la niebla habitual había desaparecido, y el sol comenzaba a levantarse. Para él también sería una señal.
Iniciado el recorrido, la expresión y actitud de Diente de Tecla mostraban una alegría excepcional. Mientras silbaba, ejecutaba un leve movimiento de cabeza, como si bailara la canción que tarareaba. A cada paso, el entusiasmo acrecentaba. Cada vez más cerca del basurero de la suerte, su corazón latía más y más fuerte. Sus manos sudaban. No podía esperar por saber cuál sería el hallazgo correspondiente, ni menos, qué felices efectos traería.
Visualizó una aureola alrededor del basurero, abalanzándose sobre él. Mientras su mano nadaba entre la porquería, su cuerpo sufría espasmos. Al sentir el encuentro con otra mano, se detuvo de golpe. Sus ojos nuevamente parecían a punto de estallar. Extrajo la mano y notó que pertenecía a una mujer, pues sus uñas estaban cuidadosamente pintadas de rojo.
Absorto, examinando la extremidad cercenada, Diente de Tecla ignoró ladridos que se aproximaban. Una jauría fue convocada por el fuerte hedor que expelía no tan sólo la mano, también la oreja y el corazón, envueltos en el bolsillo de su uniforme. Sólo se reincorporó al ver que habían arrebatado de sus manos la mano femenina.
No conformes con ello, las bestias se arrojaron sobre él. El olor a descomposición lo había delatado. Al escuchar los rugidos de hambre de los atacantes, presa del miedo, no vio otra opción más que pedir auxilio. Sus gritos, tan intensos, podían escucharse por kilómetros a la redonda. En segundos, estaba rodeado de personas.
A patadas lograron apartar a los perros. Diente de Tecla estaba en el suelo, con harapos que antes eran ropa y overol. Sudaba y gemía luego del alboroto. Primero tocó sus canillas al descubierto. Luego comenzó a buscar sus amuletos. Pero entonces era demasiado tarde. Levantó la vista y observó la cara de espanto y asco de los desconocidos. ¡Es un asesino, fíjense en esa oreja y en los restos de esa mano! ¡Qué tremendo, Dios Mío!, exclamó una mujer mayor.
Al ser interrogado por los restos mutilados, Diente de Tecla no afirmaba ni negaba nada. Sólo lamentaba la pérdida de sus objetos más preciados, lo único valioso que atesoraba.
Pese a su juventud, y aspecto imberbe, había aprendido los rigores de la calle hacía mucho. Desde pequeño vendió parches curitas, helados, aspirinas, pañuelos, chocolates, rosas y un sinfín de objetos que le permitiesen sobrevivir. Ese mismo instinto de sobrevivencia lo llevó a pelear por un poco de comida más de alguna vez. Y fue precisamente en uno de aquellos enfrentamientos, en el cual ganó su particular apodo. Su nombre de pila era Fulgencio; su nombre real, como prefería aclarar, era Diente de Tecla.
Su mirada desbordaba picardía, con una dulzura impermeabilizada, pese a la aspereza que a diario salía a encararlo, cual perro bravo. Diente de Tecla llevaba su sonrisa impertérrita, de la cual sobresalía su particular dentadura- como enormes manteles blancos colgados en el patio-, sin importar los hedores, ni la basura que debía acarrear. Con justa razón entonces te digo que tienes un trabajo de mierda, le dijo un viejecito que una vez compartió un cigarrillo con él.
Una mañana, mientras vaciaba un basurero, creyó ver caer un objeto que por su color resplandecía del resto. Se detuvo unos segundos pensando si debía hurgar en ese momento, y de esa forma, saber de qué se trataba. Decidió avanzar unos metros más allá, esperando encontrar un rincón a salvo de la bruma. En cuanto se aparcó, introdujo la mano y el antebrazo al carro. Agachado comenzó a mover los desechos. Logró asir el extraño cuerpo que había perturbado su atención. Percatándose de su textura, pensó que podía ser un animal muerto. Movió la cabeza en ambas direcciones para asegurarse de que nadie estuviese cerca y sacó la mano. Era una oreja y aún estaba tibia. Abrió sus ojos enormes, tan grandes que podría haberlos expulsado de su órbita con la fuerza de la impresión. De inmediato buscó un paño bajo el overol. Envolvió el hallazgo y lo guardó en su bolsillo.
Recordaba aquella vez que presenció una pelea en la cual un marido celoso mutilaba la oreja de su mujer, y ésta, luego de gritar por horas de dolor, había sobrevivido. De seguro la persona que la perdió debe estar bien-pensó-tal vez tener dos orejas fuese avaricia, pues con una podemos escuchar de igual forma. Con aquella reflexión dio la decisión por hecha: no compartiría el suceso con nadie.
Con el pasar de las horas, comenzó a empaparse de una desconocida sensación, algo fresco. El día se desarrollaba particularmente confortable. Al barrer la calle, un par de personas advirtieron su presencia y le sonrieron. Una muchacha se atrevió a ir junto a él en el microbús, incluso el chofer de éste frenó amablemente cuando Diente de Tecla esperaba bajar. Antes de entregarse al descanso, concluyó que, sin duda había sido un día diferente, especial. El corazón de Diente de Tecla brincaba de éxtasis, y con cada brinco, asomaba por la boca. La oreja causaba aquella dicha; sería su nuevo amuleto.
Al día siguiente, Diente de Tecla se encontraba una vez más barriendo las veredas. Era el mismo silencio, sólo interrumpido por una alarma lejana, además, claro, de las ruedas de su carro quejándose contra las baldosas. También estaba la misma bruma que dibujaba a las personas borrosas, levitando cual fantasmas.
Luego de recorrer algunas calles, la niebla comenzó lentamente a disipar, como si el día, al despejarse, quisiera anunciar algo.
Al llegar al mismo basurero del hallazgo de la jornada anterior, Diente de Tecla sintió una leve comezón en las extremidades. Sin pensarlo demasiado, desbordando ansiedad, introdujo el antebrazo en el recipiente. Por unos segundos no sintió nada particular y un sentimiento similar al desdén lo envolvió. Eso cambió cuando pudo palpar algo tibio. Su cara parecía luz de semáforo, y su prominente dentadura podía confundirse con un destello galáctico. Al inspeccionar el descubrimiento reciente, observó que esta vez se trataba de un corazón. Con el mismo cuidado que el día anterior, sacó un paño y guardó con delicadeza y devoción el órgano. Para él, esta vez el acontecimiento estaba dotado de un significado mayor. Siempre se había preguntado qué se sentiría ser el dueño del corazón de alguien. Aquel día su pregunta recibía respuesta. Quizás no fuese del modo convencional, pero Diente de Tecla sentía que adquiría importancia. Tenía bajo su poder algo que para otra persona era vital. Pensaba en las propiedades adjudicadas a la oreja; ¡no podía esperar por ver los efectos en un órgano indispensable!
Estaba animado. Aferrado a la idea de que su suerte podría dar un giro rotundo, se encontraba expectante frente a cualquier evento extraordinario y favorable.
Sus anhelos fueron concretados cuando recibió el trato cordial de una mujer cincuentona, que al interceptar su camino, murmulló con una dulce voz algo así como permiso, hijo. O tal vez, disculpe, hijo. Diente de Tecla estaba anonadado. ¡Por segundo día consecutivo era advertido por alguien! Indudablemente, la oreja y el corazón poseían propiedades especiales.
Durante lo que quedaba de día, pensaba en los últimos eventos. Esperanzado vislumbraba un gran cambio. Quería saber qué deparaba el destino, pues para él, los descubrimientos entre la basura eran presagios.
Al día siguiente, temprano, antes de internarse una vez más en aquella jungla dormida, decidió traer consigo sus nuevos amuletos. No podía esperar por ver el efecto del poder de ambos preciados objetos al mismo tiempo. Pensaba que quizás esta vez encontraría una cantidad millonaria de dinero. O quizás caerían rendidos ante el irresistible encanto de su dentadura sobresaliente. Se percató de que aquella mañana era distinta, la niebla habitual había desaparecido, y el sol comenzaba a levantarse. Para él también sería una señal.
Iniciado el recorrido, la expresión y actitud de Diente de Tecla mostraban una alegría excepcional. Mientras silbaba, ejecutaba un leve movimiento de cabeza, como si bailara la canción que tarareaba. A cada paso, el entusiasmo acrecentaba. Cada vez más cerca del basurero de la suerte, su corazón latía más y más fuerte. Sus manos sudaban. No podía esperar por saber cuál sería el hallazgo correspondiente, ni menos, qué felices efectos traería.
Visualizó una aureola alrededor del basurero, abalanzándose sobre él. Mientras su mano nadaba entre la porquería, su cuerpo sufría espasmos. Al sentir el encuentro con otra mano, se detuvo de golpe. Sus ojos nuevamente parecían a punto de estallar. Extrajo la mano y notó que pertenecía a una mujer, pues sus uñas estaban cuidadosamente pintadas de rojo.
Absorto, examinando la extremidad cercenada, Diente de Tecla ignoró ladridos que se aproximaban. Una jauría fue convocada por el fuerte hedor que expelía no tan sólo la mano, también la oreja y el corazón, envueltos en el bolsillo de su uniforme. Sólo se reincorporó al ver que habían arrebatado de sus manos la mano femenina.
No conformes con ello, las bestias se arrojaron sobre él. El olor a descomposición lo había delatado. Al escuchar los rugidos de hambre de los atacantes, presa del miedo, no vio otra opción más que pedir auxilio. Sus gritos, tan intensos, podían escucharse por kilómetros a la redonda. En segundos, estaba rodeado de personas.
A patadas lograron apartar a los perros. Diente de Tecla estaba en el suelo, con harapos que antes eran ropa y overol. Sudaba y gemía luego del alboroto. Primero tocó sus canillas al descubierto. Luego comenzó a buscar sus amuletos. Pero entonces era demasiado tarde. Levantó la vista y observó la cara de espanto y asco de los desconocidos. ¡Es un asesino, fíjense en esa oreja y en los restos de esa mano! ¡Qué tremendo, Dios Mío!, exclamó una mujer mayor.
Al ser interrogado por los restos mutilados, Diente de Tecla no afirmaba ni negaba nada. Sólo lamentaba la pérdida de sus objetos más preciados, lo único valioso que atesoraba.
domingo, 24 de octubre de 2010
Escape
Un golpe. Dos golpes. Tres. Varios latigazos. Una quemadura; muchas. Un chirrido. Luego chillidos. Clamaban por piedad, pero no había caso. Debían pagar por su terquedad. Les decía que no y volvían a hacerlo. ¡Estoy diciendo que se queden ahí, mierda! Y al oír la voz, quedaban impávidos esperando a que ocurriera lo peor. Fulgencia adoptaba una voz patronal. Acompañada por el extraño tubo que emanaba gritos infernales, los dirigía al lugar exacto en el que debían estar.
Junto con el lugar, venían las indicaciones. Escuchaban impasibles, mientras les exigía obediencia. Ante el menor atisbo de relajo, volvían los manotazos, los rugidos y los chillidos.
Frente al rito asfixiante, comenzaban a debilitarse. Perdieron vida, fuerza. Sus jóvenes cuerpos se marchitaban día a día. Comprendieron que el escenario, cual campo de concentración, exigía una salida, un escape.
Organizados comenzaron a huir, lentamente, en el silencio de las cómplices noches. Algunas veces en solitario, otras, en escapes colectivos. Al marcharse, unos con otros se despedían y manifestaban su amargo júbilo. Algunas noches, Fulgencia podía escuchar los adioses y los deseos de una vida mejor. Pero intentaba ignorarlos, justificando que quizás sólo fuera parte de su mente cansada, alucinando por el cansancio.
Una mañana, el extraño tubo endemoniado volvió a buscarlos para continuar con el martirio. Los pocos que quedaban, valientes, no se preocuparon por aparentar sumisión. No había nada que perder. Frente a la rebeldía, el artefacto enyegüecido desesperó, por lo que comenzó a dar postreras llamaradas de inquietante sonido. Pero antes de que pudiera ultimar a alguien, era demasiado tarde. Arrancó a todos con el primer manotazo. Nada quedaba de aquellos cuerpos bellos y alargados, que juntos producían las más graciosas y coquetas formas. El marco de su rostro había desaparecido.
Junto con el lugar, venían las indicaciones. Escuchaban impasibles, mientras les exigía obediencia. Ante el menor atisbo de relajo, volvían los manotazos, los rugidos y los chillidos.
Frente al rito asfixiante, comenzaban a debilitarse. Perdieron vida, fuerza. Sus jóvenes cuerpos se marchitaban día a día. Comprendieron que el escenario, cual campo de concentración, exigía una salida, un escape.
Organizados comenzaron a huir, lentamente, en el silencio de las cómplices noches. Algunas veces en solitario, otras, en escapes colectivos. Al marcharse, unos con otros se despedían y manifestaban su amargo júbilo. Algunas noches, Fulgencia podía escuchar los adioses y los deseos de una vida mejor. Pero intentaba ignorarlos, justificando que quizás sólo fuera parte de su mente cansada, alucinando por el cansancio.
Una mañana, el extraño tubo endemoniado volvió a buscarlos para continuar con el martirio. Los pocos que quedaban, valientes, no se preocuparon por aparentar sumisión. No había nada que perder. Frente a la rebeldía, el artefacto enyegüecido desesperó, por lo que comenzó a dar postreras llamaradas de inquietante sonido. Pero antes de que pudiera ultimar a alguien, era demasiado tarde. Arrancó a todos con el primer manotazo. Nada quedaba de aquellos cuerpos bellos y alargados, que juntos producían las más graciosas y coquetas formas. El marco de su rostro había desaparecido.
sábado, 16 de octubre de 2010
Estoy mal
No, no estoy mal. Pero esto me duele. Veo una foto tuya con ella y siento como mi corazoncito mamón y hueón cruje y se triza. Hoy leí que así empezó a sonar el cerro horas previas a que los mineros quedaran atrapados. Ellos soportaron 70 días. Yo llevo años.
sábado, 9 de octubre de 2010
Dejar de ser mono
EL espíritu de investigación no tiene límites. En los Estados Unidos y en Europa han descubierto a últimas fechas que existe una especie de monos hispanoamericanos capaces de expresarse por escrito, réplicas quizá del mono diligente que a fuerza de teclear una máquina termina por escribir de nuevo, azarosamente, los sonetos de Shakespeare. Tal cosa, como es natural, llena estas buenas gentes de asombro, y no falta quien traduzca nuestros libros, ni, mucho menos, ociosos que los compren, como antes compraban las cabecitas reducidas de los jíbaros. Hace más de cuatro siglos que fray Bartolomé de las Casas pudo convencer a los europeos de que éramos humanos y de que teníamos un alma porque nos reíamos; ahora quieren convencerse de lo mismo porque escribimos.
Augusto Monterroso
Augusto Monterroso
jueves, 7 de octubre de 2010
domingo, 3 de octubre de 2010
sábado, 2 de octubre de 2010
Escape/versión final
Un golpe. Dos golpes. Tres. Varios latigazos. Una quemadura; muchas. Un chirrido. Luego chillidos. Clamaban por piedad, pero no había caso. Debían pagar por su terquedad. Les decían que no y volvían a hacerlo. ¡Estoy diciendo que se queden ahí, porfiados! Y al oír esta exhortación, quedaban impávidos esperando a que ocurriera lo peor. Con una voz patronal, y el fusil enfrente, eran dirigidos al lugar exacto en el que debían estar.
Junto con el lugar, venían las indicaciones. Escuchaban impasibles, mientras les gritaban exigiendo obediencia. Ante el menor atisbo de relajo, volvían los manotazos, los gritos, los chirridos y los chillidos.
Era una situación asfixiante. Frente a la situación de mierda, comprendieron que el escenario, cual campo de concentración, exigía una salida, una solución, un escape.
Organizados, comenzaron a huir. Lentamente, en el silencio de las cómplices noches. Algunas veces en solitario, otras, en grupo. Al marcharse, unos con otros se despedían y manifestaban su amarga alegría. Si en la oscuridad te detenías, podías escuchar los adioses, y los deseos de una vida mejor.
Una mañana, el fusil volvió a buscarlos para continuar con el martirio, para que no olvidaran cómo debían comportarse. Los alaridos y manotazos, una vez más. Los pocos que quedaban, valientes, no se preocuparon por aparentar sumisión. No había nada que perder. Frente a la rebeldía, el opresor desesperó. El poder es legitimado por el pueblo, por los subalternos, por los esclavos; si no hay acatamiento, no hay autoridad. Como un intento desesperado, el fusil abrió fuego. Pero antes de que pudiera ultimar a alguien, era demasiado tarde. Escaparon todos. El fuego se detuvo. Era inútil. Sin prisioneros en la cabeza, no había nada que secar, o estirar.
Junto con el lugar, venían las indicaciones. Escuchaban impasibles, mientras les gritaban exigiendo obediencia. Ante el menor atisbo de relajo, volvían los manotazos, los gritos, los chirridos y los chillidos.
Era una situación asfixiante. Frente a la situación de mierda, comprendieron que el escenario, cual campo de concentración, exigía una salida, una solución, un escape.
Organizados, comenzaron a huir. Lentamente, en el silencio de las cómplices noches. Algunas veces en solitario, otras, en grupo. Al marcharse, unos con otros se despedían y manifestaban su amarga alegría. Si en la oscuridad te detenías, podías escuchar los adioses, y los deseos de una vida mejor.
Una mañana, el fusil volvió a buscarlos para continuar con el martirio, para que no olvidaran cómo debían comportarse. Los alaridos y manotazos, una vez más. Los pocos que quedaban, valientes, no se preocuparon por aparentar sumisión. No había nada que perder. Frente a la rebeldía, el opresor desesperó. El poder es legitimado por el pueblo, por los subalternos, por los esclavos; si no hay acatamiento, no hay autoridad. Como un intento desesperado, el fusil abrió fuego. Pero antes de que pudiera ultimar a alguien, era demasiado tarde. Escaparon todos. El fuego se detuvo. Era inútil. Sin prisioneros en la cabeza, no había nada que secar, o estirar.
viernes, 1 de octubre de 2010
sábado, 25 de septiembre de 2010
viernes, 24 de septiembre de 2010
Escape - final alternativo.
Los maltrataba. Después de unos cuantos azotes; las heridas abiertas. La conciencia parecía piraña hambrienta del Amazonas. Así volvía a sentirse culpable y repetía en su mente no volveré a hacerlo, pobrecitos.
Que culpa tenían ellos de ser así, tan tercos. Le costaba disculpar que a menudo la dejaran mal. Y así perdía la paciencia. Y volvía al amor duro, a los castigos y luego, una vez más, al remordimiento.
Estaban aburridos de tanto insulto, tanto zamarreo. Esa no era vida. Mejor escapar, o morir. Así iban desapareciendo. Tan miserables vivían, que la ausencia era inadvertida.
Un día, los manotazos fueron más intensos. Gritos iban y venían. Podía escuchar los chillidos de dolor de sus prisioneros. De vuelta se escuchaba ¡cállense, mierda! Ella era quien mandaba, ellos sólo debían obedecer y en silencio. Se había enajenado. Era una patrona furiosa, como la Quintrala. En sus manos tenía un fusil. Lo empalmó. Comenzó a disparar. Al principio clamaban por piedad. Luego hubo un silencio. Se reincorporó. Tomó conciencia de su imagen en el espejo y se agarró la cabeza. ¡Se habían escapado todos! Pero ni bien reaccionó, volvió a ensimismarse. Desde el pasillo se escuchaba que gritaba ¿¡por qué parte sigo ahora!?
Que culpa tenían ellos de ser así, tan tercos. Le costaba disculpar que a menudo la dejaran mal. Y así perdía la paciencia. Y volvía al amor duro, a los castigos y luego, una vez más, al remordimiento.
Estaban aburridos de tanto insulto, tanto zamarreo. Esa no era vida. Mejor escapar, o morir. Así iban desapareciendo. Tan miserables vivían, que la ausencia era inadvertida.
Un día, los manotazos fueron más intensos. Gritos iban y venían. Podía escuchar los chillidos de dolor de sus prisioneros. De vuelta se escuchaba ¡cállense, mierda! Ella era quien mandaba, ellos sólo debían obedecer y en silencio. Se había enajenado. Era una patrona furiosa, como la Quintrala. En sus manos tenía un fusil. Lo empalmó. Comenzó a disparar. Al principio clamaban por piedad. Luego hubo un silencio. Se reincorporó. Tomó conciencia de su imagen en el espejo y se agarró la cabeza. ¡Se habían escapado todos! Pero ni bien reaccionó, volvió a ensimismarse. Desde el pasillo se escuchaba que gritaba ¿¡por qué parte sigo ahora!?
Escape.
Los maltrataba. Después de unos cuantos azotes; las heridas abiertas. La conciencia parecía piraña hambrienta del Amazonas. Así volvía a sentirse culpable y repetía en su mente no volveré a hacerlo, pobrecitos.
Que culpa tenían ellos de ser así, tan tercos. Le costaba disculpar que a menudo la dejaran mal. Y así perdía la paciencia. Y volvía al amor duro, a los castigos y luego, una vez más, al remordimiento.
Estaban aburridos de tanto insulto, tanto zamarreo. Esa no era vida. Mejor escapar, o morir. Así iban desapareciendo. Tan miserables vivían, que la ausencia era inadvertida.
Un día, los manotazos fueron más intensos. Gritos iban y venían. Podía escuchar los chillidos de dolor de sus prisioneros. De vuelta se escuchaba ¡cállense, mierda! Ella era quien mandaba, ellos sólo debían obedecer y en silencio. Se había enajenado. Era una patrona furiosa, como la Quintrala. En sus manos tenía un fusil. Lo empalmó. Comenzó a disparar. Al principio clamaban por piedad. Luego hubo un silencio. Se reincorporó. Tomó conciencia de su imagen en el espejo y se agarró la cabeza. ¡Se habían escapado todos! Ya no había pelo que maltratar.
Que culpa tenían ellos de ser así, tan tercos. Le costaba disculpar que a menudo la dejaran mal. Y así perdía la paciencia. Y volvía al amor duro, a los castigos y luego, una vez más, al remordimiento.
Estaban aburridos de tanto insulto, tanto zamarreo. Esa no era vida. Mejor escapar, o morir. Así iban desapareciendo. Tan miserables vivían, que la ausencia era inadvertida.
Un día, los manotazos fueron más intensos. Gritos iban y venían. Podía escuchar los chillidos de dolor de sus prisioneros. De vuelta se escuchaba ¡cállense, mierda! Ella era quien mandaba, ellos sólo debían obedecer y en silencio. Se había enajenado. Era una patrona furiosa, como la Quintrala. En sus manos tenía un fusil. Lo empalmó. Comenzó a disparar. Al principio clamaban por piedad. Luego hubo un silencio. Se reincorporó. Tomó conciencia de su imagen en el espejo y se agarró la cabeza. ¡Se habían escapado todos! Ya no había pelo que maltratar.
lunes, 20 de septiembre de 2010
Inasible.
A D. I.
Los sábados olían a perfume de hombre y tabaco. También eran días de sinfonía de tripas. Pero qué importaba el hambre, o el sueño. Importaba verlo, escucharlo, conversar.
Sus ojos eran almendrados, medio achinados. Usaba el pelo corto, rapado. Las canas ya asomaban. Hasta en el bigote. Su sonrisa era pícara, cómplice. Como si siempre supiera lo que estaba pensando; y tal vez al leer mi mente, viera la inmoralidad, la fascinación, o el respeto, y lo guardara como secreto. Su mirada, tan intensa, profunda, insinuante, invadía con hogueras mi mente quinceañera.
Con el paso del tiempo se transformó en mi cómplice. Siempre lo llamaba y hablábamos por horas. Mis compañeras me preguntaban por él con mirada insidiosa. En el colegio siempre se referían a él con cierto recelo. Era el outsider por excelencia en el pueblo, el enemigo de las instituciones, de los convencionalismos. Y eso me dejaba pasmada.
Él fue el primero en incentivar mi escritura. Leyó algunos de mis primeros cuentitos. Y pese a saber tanto, fue indulgente, nunca los destrozó. Me decía Cata, lee esto. Entonces encendía un cigarro y se paseaba por la casa, esperando a que terminara de leer. De fondo bossanova, en un disco que no terminaba nunca. O que se repetía pero no me daba cuenta. Me mostró el cielo marica de Lemebel, a Benedetti, a Cortázar, la golondrina golonchina de Huidobro. Me hablaba de Chomsky y Maturana, y yo no entendía mucho, pero me parecía increíble igual. Mi mirada seguramente borboteaba fuegos artificiales, o por lo menos, una llamarada.
Siempre me dijo que debía irme lejos. Lo hice. Tal vez ahí comenzó el principio del fin. El primer año lo llamé un par de veces, quería contarle mis aventuras. El segundo año las cosas fueron agrias. Un día me gritó por teléfono y dijo que despertara, que dejara de huevear. Ese fue el momento en que la distancia hizo su parte.
Un día de marzo me dijeron que estaba enfermo, desahuciado. Quería saber de él, escucharlo. Tal vez no era cierto. Pueblo chico, infierno grande, dicen. Pero había decidido recluirse, alejarse del mundo. No quería hablar, no quería ser visto.
El último día de septiembre recibí un llamado. Era de noche. Había muerto. Creo que grité. Y luego lloré. Lloré días, semanas. Sigo llorando.
Al día siguiente comencé a averiguar acerca del funeral. No me importaba donde fuera, por él habría viajado a China. Pero no hubo funeral. No quería ser sepultado, no quería estar en un cementerio. Su cuerpo fue consumido por las llamas, y las cenizas fueron esparcidas en un parque lejano, cerca de Santiago. La muerte le arrancó todo, pero él se encargó de que al menos fuese a su manera.
No hay día en que no lo recuerde. A veces me gusta pensar que me está observando, y que ha dispuesto todo para mí. Cuando entré al taller sólo pensaba en él, y en las ganas que tenía de contárselo. Quizás se habría sentido orgulloso, me habría dado mil consejos. Le mostraría lo que hago; mis cuentos, mis trabajos, mis ideas. Pero no está. Ha desaparecido. No está muerto. En mi mente, en mis recuerdos, sigue fumando y riendo.
Los sábados olían a perfume de hombre y tabaco. También eran días de sinfonía de tripas. Pero qué importaba el hambre, o el sueño. Importaba verlo, escucharlo, conversar.
Sus ojos eran almendrados, medio achinados. Usaba el pelo corto, rapado. Las canas ya asomaban. Hasta en el bigote. Su sonrisa era pícara, cómplice. Como si siempre supiera lo que estaba pensando; y tal vez al leer mi mente, viera la inmoralidad, la fascinación, o el respeto, y lo guardara como secreto. Su mirada, tan intensa, profunda, insinuante, invadía con hogueras mi mente quinceañera.
Con el paso del tiempo se transformó en mi cómplice. Siempre lo llamaba y hablábamos por horas. Mis compañeras me preguntaban por él con mirada insidiosa. En el colegio siempre se referían a él con cierto recelo. Era el outsider por excelencia en el pueblo, el enemigo de las instituciones, de los convencionalismos. Y eso me dejaba pasmada.
Él fue el primero en incentivar mi escritura. Leyó algunos de mis primeros cuentitos. Y pese a saber tanto, fue indulgente, nunca los destrozó. Me decía Cata, lee esto. Entonces encendía un cigarro y se paseaba por la casa, esperando a que terminara de leer. De fondo bossanova, en un disco que no terminaba nunca. O que se repetía pero no me daba cuenta. Me mostró el cielo marica de Lemebel, a Benedetti, a Cortázar, la golondrina golonchina de Huidobro. Me hablaba de Chomsky y Maturana, y yo no entendía mucho, pero me parecía increíble igual. Mi mirada seguramente borboteaba fuegos artificiales, o por lo menos, una llamarada.
Siempre me dijo que debía irme lejos. Lo hice. Tal vez ahí comenzó el principio del fin. El primer año lo llamé un par de veces, quería contarle mis aventuras. El segundo año las cosas fueron agrias. Un día me gritó por teléfono y dijo que despertara, que dejara de huevear. Ese fue el momento en que la distancia hizo su parte.
Un día de marzo me dijeron que estaba enfermo, desahuciado. Quería saber de él, escucharlo. Tal vez no era cierto. Pueblo chico, infierno grande, dicen. Pero había decidido recluirse, alejarse del mundo. No quería hablar, no quería ser visto.
El último día de septiembre recibí un llamado. Era de noche. Había muerto. Creo que grité. Y luego lloré. Lloré días, semanas. Sigo llorando.
Al día siguiente comencé a averiguar acerca del funeral. No me importaba donde fuera, por él habría viajado a China. Pero no hubo funeral. No quería ser sepultado, no quería estar en un cementerio. Su cuerpo fue consumido por las llamas, y las cenizas fueron esparcidas en un parque lejano, cerca de Santiago. La muerte le arrancó todo, pero él se encargó de que al menos fuese a su manera.
No hay día en que no lo recuerde. A veces me gusta pensar que me está observando, y que ha dispuesto todo para mí. Cuando entré al taller sólo pensaba en él, y en las ganas que tenía de contárselo. Quizás se habría sentido orgulloso, me habría dado mil consejos. Le mostraría lo que hago; mis cuentos, mis trabajos, mis ideas. Pero no está. Ha desaparecido. No está muerto. En mi mente, en mis recuerdos, sigue fumando y riendo.
sábado, 21 de agosto de 2010
martes, 17 de agosto de 2010
Escalera al infierno.
La calle estaba húmeda, había estado lloviendo por casi tres días seguidos. Iba ensimismada, barajando posibilidades, opciones, las más diversas. Y mientras consideraba cada una, pareciera que alguien estrujara su estómago como mantel de cocina. El peso sobre ella ya estaba; como veinte sacos de harina cargándolos al mismo tiempo. Cada músculo apretado, tenso. Y un sudor helado que recorría la espalda.
Luego de unos minutos, estaba decidida, no podía esperar. Por unos segundos mordió su labio inferior tan fuerte, que al asomar la sangre, fue como si ese sabor salado tuviese una propiedad luminosa: no podía tener ese hijo. No. Del tema había escuchado bastante. En su casa decían que era pecado, asesinato. En el colegio, enseñaban que quienes lo hicieran, arderían en la caldera del diablo. Sus amigas seguramente la instarían a soportar las humillaciones eventuales, estaban aburridas y sería la ocasión perfecta para una nueva mascota en el grupo. Ella en cambio, estaba segura de que el infierno no existía, y si existía, era este. Si sus amigas querían entretención, que compraran un perro, o, mejor, que las preñadas fueran ellas.
No dejaba de pensar en las enseñanzas de Sor Beatriz, y de lo inquietante que sonaba arder vivo. Luego pensó, sería como Cronos engullendo a sus hijos.
Bajaba la última escalera para despedir el cerro. Horrorizada resbaló. Rodó.
Luego de unos minutos, estaba decidida, no podía esperar. Por unos segundos mordió su labio inferior tan fuerte, que al asomar la sangre, fue como si ese sabor salado tuviese una propiedad luminosa: no podía tener ese hijo. No. Del tema había escuchado bastante. En su casa decían que era pecado, asesinato. En el colegio, enseñaban que quienes lo hicieran, arderían en la caldera del diablo. Sus amigas seguramente la instarían a soportar las humillaciones eventuales, estaban aburridas y sería la ocasión perfecta para una nueva mascota en el grupo. Ella en cambio, estaba segura de que el infierno no existía, y si existía, era este. Si sus amigas querían entretención, que compraran un perro, o, mejor, que las preñadas fueran ellas.
No dejaba de pensar en las enseñanzas de Sor Beatriz, y de lo inquietante que sonaba arder vivo. Luego pensó, sería como Cronos engullendo a sus hijos.
Bajaba la última escalera para despedir el cerro. Horrorizada resbaló. Rodó.
miércoles, 11 de agosto de 2010
Me odio a mi misma por amarte
Odio este sentimiento tan fuerte y tan arraigado como uña encarnada, haces aflorar en mí mucho de lo que desprecio y critico en otros. Pero no me voy a rendir tan fácil. Dile que se prepare. Prepárate.
martes, 3 de agosto de 2010
Mariposas de Koch
"Así es como han empezado a aparecer estas mariposas teñidas en lo hondo de mi corazón, que vosotros, equivocadamente, llamáis escupitajos de sangre. Como véis, no lo son, siendo, puramente, mariposas rojas de mi roja sangre. Si, en vez de volar, como debieran hacerlo por ser mariposas, caen pesadamente al suelo, como los cuajarones que decís que son, es sólo porque nacieron y se desarrollaron en la oscuridad y, por consiguiente, son ciegas, las pobrecitas". "Mariposas de Koch", Antonio Di Benedetto.
lunes, 26 de julio de 2010
Un año de amor
Les miento si les digo que la relación con mi padre siempre fue buena. Les miento si les digo que las cosas entre nosotros han sido fáciles. Les miento si les digo que esta historia es de penurias y dificultades, pero con un final feliz y enaltecedor. No, esto no es un cuento de hadas ni lo pasan por la tele. Lo nuestro ni siquiera existió, al menos por mucho tiempo. Mi historia, la de mis padres, la de mi padre y mía, es sólo nuestra. No hay protagonistas ni antagonistas, héroes ni villanos; sólo personas, carne y hueso, dientes y uñas.
(Lo nuestro se acabó
Y te arrepentirás
De haberle puesto fin
A un año de amor)
Mi viejo tenía 16 y mi mamá 20. Se conocieron en una fiesta del barrio. Mi mamá siempre me ha dicho que le impresionaron los ojos pardos de mi papá. Le decían El Polaquito, y aunque nadie me lo ha explicado, asumo que era por su aspecto de europeo. Delgado, rasgos armónicos, tez pálida, cabello castaño claro. Así, mi mamá empezó a profanar cuna y pololeó con el cabro chico bonito del barrio. He visto fotos de la época y es cierto, era guapo.
Al poco tiempo, se mandaron una cagaíta más o menos. El Polaquito dejó embarazada a mi mamá. El cabro chico con la mina más grande. Y el cagazo era yo (no podría referirme a mí misma simplemente como “cagaíta”). No resulta difícil imaginar cuanto los insultaron y humillaron en ambas casas. Pese a todo, al parecer nunca dudaron acerca de tenerme o no. Hasta el día de hoy no decido si se los agradezco o no. La cosa es que se mantuvieron juntos un par de meses más luego de mi nacimiento.
Una de las noches del quiebre, mi mamá vio a Miguel Bosé interpretar “un año de amor” en “Tacones Lejanos”. Sintió que la canción venía en un momento preciso, pensaba que captaba muy bien la amargura por la ruptura con mi papá. Así es que un día le dijo que se la dedicaba, que cada vez que escuchara esa canción, pensara en ella, y en que jamás volvería a tener un romance tan tórrido como el que tuvieron.
Durante años, sólo sabía que mi padre estaba ausente. Me dijeron que al poco tiempo de romper con mi vieja, él había escapado de su casa, que quedaba a dos cuadras de la de mi mamá. Nunca más se supo del Polaquito. Mis abuelos me decían que andaba metido en drogas, mi tía decía que por el mismo asunto había escapado a Argentina. Hace poco incluso escuché que andaba metido con milicos, porque aunque la dictadura había terminado, los sapos seguían vigentes.
(Y de noche, y de noche
Por no sentirte solo
Recordarás, nuestros días felices
Recordarás, el sabor de mis besos)
Lo cierto es que mi papá apareció hace un año. Un tarde de sábado llegó El Polaquito a la misma puerta que hace dieciocho años atrás frecuentaba con tanto deseo y luego con tanto hastío. Como veía, seguía siendo un hombre delgado, pero a diferencia de las fotos, se veía cansado, ojeroso y demacrado, usaba el pelo peinado hacia atrás, un poco largo. El impacto de mi mamá al verlo fue grande, por un momento se quedó muda, pronto volvió a reincorporarse, e inesperadamente, lo trató con amabilidad. Yo no sabía muy bien qué hacer. No sabía si abrazarlo o escupirlo. Durante años acumulé preguntas, dudas, imprecaciones, demandas, anhelos. Pero su visita fue tan insospechada que por un buen rato quedé desconcertada.
Observaba como conversaba con mi mamá. Él me miraba, yo lo miraba, pero entre nosotros aún no había palabras. Después de un buen rato, disparé sin previo aviso:
-¿Es verdad que fuiste sapo de los milicos y por eso me dejaste botá?
-No, no es verdad. A los milicos no les gustan los maricones como yo.
-Ah, si… Es que fuiste harto maricón.
-No, mijita, no me refiero a eso, aunque sí, tenís razón. Pero lo que trato de decir es que soy fleto, mariposón, gay… Como quieras llamarle.
Hubo un largo silencio. Incómodo, espeso, duro como roca. Me mantuve impasible. Puede sonar chocante en un comienzo, pero nunca he repudiado sus preferencias sexuales, sino más bien, resiento su abandono, su ausencia.
(Y entenderás en un solo momento
Qué significa
Un año de amor)
Con el paso de los meses he logrado comenzar a comprender ciertas cosas de mi padre. Por qué se fue, o por qué no apareció antes, son preguntas que he respondido a través de las conversaciones que en este tiempo he tenido con él.
Hoy es domingo, cerca de la medianoche. Mi papá presenta su show más famoso. Viste de mujer en el escenario, imita a Miguel Bosé como transformista en “Tacones Lejanos”.
(Lo nuestro se acabó
Y te arrepentirás
De haberle puesto fin
A un año de amor)
Mi viejo tenía 16 y mi mamá 20. Se conocieron en una fiesta del barrio. Mi mamá siempre me ha dicho que le impresionaron los ojos pardos de mi papá. Le decían El Polaquito, y aunque nadie me lo ha explicado, asumo que era por su aspecto de europeo. Delgado, rasgos armónicos, tez pálida, cabello castaño claro. Así, mi mamá empezó a profanar cuna y pololeó con el cabro chico bonito del barrio. He visto fotos de la época y es cierto, era guapo.
Al poco tiempo, se mandaron una cagaíta más o menos. El Polaquito dejó embarazada a mi mamá. El cabro chico con la mina más grande. Y el cagazo era yo (no podría referirme a mí misma simplemente como “cagaíta”). No resulta difícil imaginar cuanto los insultaron y humillaron en ambas casas. Pese a todo, al parecer nunca dudaron acerca de tenerme o no. Hasta el día de hoy no decido si se los agradezco o no. La cosa es que se mantuvieron juntos un par de meses más luego de mi nacimiento.
Una de las noches del quiebre, mi mamá vio a Miguel Bosé interpretar “un año de amor” en “Tacones Lejanos”. Sintió que la canción venía en un momento preciso, pensaba que captaba muy bien la amargura por la ruptura con mi papá. Así es que un día le dijo que se la dedicaba, que cada vez que escuchara esa canción, pensara en ella, y en que jamás volvería a tener un romance tan tórrido como el que tuvieron.
Durante años, sólo sabía que mi padre estaba ausente. Me dijeron que al poco tiempo de romper con mi vieja, él había escapado de su casa, que quedaba a dos cuadras de la de mi mamá. Nunca más se supo del Polaquito. Mis abuelos me decían que andaba metido en drogas, mi tía decía que por el mismo asunto había escapado a Argentina. Hace poco incluso escuché que andaba metido con milicos, porque aunque la dictadura había terminado, los sapos seguían vigentes.
(Y de noche, y de noche
Por no sentirte solo
Recordarás, nuestros días felices
Recordarás, el sabor de mis besos)
Lo cierto es que mi papá apareció hace un año. Un tarde de sábado llegó El Polaquito a la misma puerta que hace dieciocho años atrás frecuentaba con tanto deseo y luego con tanto hastío. Como veía, seguía siendo un hombre delgado, pero a diferencia de las fotos, se veía cansado, ojeroso y demacrado, usaba el pelo peinado hacia atrás, un poco largo. El impacto de mi mamá al verlo fue grande, por un momento se quedó muda, pronto volvió a reincorporarse, e inesperadamente, lo trató con amabilidad. Yo no sabía muy bien qué hacer. No sabía si abrazarlo o escupirlo. Durante años acumulé preguntas, dudas, imprecaciones, demandas, anhelos. Pero su visita fue tan insospechada que por un buen rato quedé desconcertada.
Observaba como conversaba con mi mamá. Él me miraba, yo lo miraba, pero entre nosotros aún no había palabras. Después de un buen rato, disparé sin previo aviso:
-¿Es verdad que fuiste sapo de los milicos y por eso me dejaste botá?
-No, no es verdad. A los milicos no les gustan los maricones como yo.
-Ah, si… Es que fuiste harto maricón.
-No, mijita, no me refiero a eso, aunque sí, tenís razón. Pero lo que trato de decir es que soy fleto, mariposón, gay… Como quieras llamarle.
Hubo un largo silencio. Incómodo, espeso, duro como roca. Me mantuve impasible. Puede sonar chocante en un comienzo, pero nunca he repudiado sus preferencias sexuales, sino más bien, resiento su abandono, su ausencia.
(Y entenderás en un solo momento
Qué significa
Un año de amor)
Con el paso de los meses he logrado comenzar a comprender ciertas cosas de mi padre. Por qué se fue, o por qué no apareció antes, son preguntas que he respondido a través de las conversaciones que en este tiempo he tenido con él.
Hoy es domingo, cerca de la medianoche. Mi papá presenta su show más famoso. Viste de mujer en el escenario, imita a Miguel Bosé como transformista en “Tacones Lejanos”.
domingo, 25 de julio de 2010
lunes, 19 de julio de 2010
Meado de perro.
Fulgencio Rozas era todo menos su nombre. Era todo menos resplandeciente, brillante, fulguroso, despampanante. No, no se engañe. Al contrario, nada de eso. No destacaba, al menos no en la forma en la cual cualquier hombre quisiese sobresalir.
Era encorvado, de un aspecto no muy favorable. Figura enclenque, las cejas como piernas arqueadas, el cabello desaparecía con cada silbido del viento. Su sombrero y su chaqueta de paño negra, infaltable; como si hiciese falta más colores opacos en esa lúgubre ciudad de edificios grises, en donde pareciera que el humo negro proviene de las personas, no de las industrias. Nunca adquirió seguridad, por lo que resultaba una sombra, un extra silencioso en la historia que protagoniza cualquier otro personaje.
Por esta misma razón, Fulgencio jamás logró desarrollarse socialmente. Peor aún, sus padres murieron cuando era un niño. Su tía Edelmira, se hizo cargo de la crianza del pequeño. Debido a la timidez del niño, y a su escasa capacidad de entablar amistad, la vieja Edelmira entretenía a Fulgencio con historias. En una de aquellas tardes de relatos remotos, ésta confesó haber presenciado el momento en el que el perro de la familia orinaba una de las patas de la cuna del recién nacido Fulgencio. Desde ese momento, se sintió destinado a una mala racha constante. Por un instante se sintió abatido pensando en los innumerables sinsabores que le esperaban. No importaba lo que hiciese, ¡estaba marcado por la imprudencia de un vil can!
Así los años comenzaron a desenvainar. Tal como peligrosas armas apuntando, como duras sentencias hacia él. Fulgencio se mantenía impasible. El meado de perro estaba siempre presente, pero nunca demasiado, no al punto de detenerlo en su vida. Aunque claro, nada salía como quería.
Llegados los treinta, aún no conocía una mujer. Y qué hablar de hijos. Menos amigos. Y trabajo… Un borracho intentando dirigir una orquesta era más hábil que él.
Fulgencio estaba solo y comenzaba a avistar una desconcertante conclusión que previamente habíamos esbozado. Era tan miserable que no era capaz de llevar las riendas de su propia vida. No era él protagonista de ésta, sino más bien, el azar. El azar era quien llevaba a Fulgencio cual pececillo en un río caudaloso, en donde la corriente prima, y los pequeños seres no hacen más que seguirla.
Nuestro personaje comienza a inquietarse, y junto con ello, se indigna. Que molesto resulta enfrentarse a lo azaroso, sobre todo cuando nunca ha estado de su lado. Que sórdido es luchar contra la meada de un perro, que al parecer, resulta peor condena que cualquiera de las que ha inventado el hombre en el orden social. ¡Orina canina antes que la cárcel! ¡Orina canina antes que el patíbulo!
Fulgencio era cada día menos Fulgencio, si es que alguna vez el fulgor lo acompañó. Aburrido de la pesadumbre de la rutina acostumbrada al desencanto, decidió enfrentarse al azar. Quería tomar venganza, reivindicarse. Tenía un plan del cual salir derrotado era imposible.
Tomó una pequeña cantidad de dinero, lo último que le quedaba, y se dirigió al casino. Jugó y apostó varias horas, hasta que finalmente, se encuentra de golpe con una gran sorpresa. En sus manos tenía un millón de pesos. Inesperadamente el azar estaba de su lado. No lo podía creer.
Lejos de regocijarse, Fulgencio se encontraba aturdido. Camino a casa comenzó a ser invadido por una actitud desafiante, incrédula, un tanto rabiosa. Sentía desconfianza. Si el azar había sido ingrato con él todos estos años, ¿por qué el cambio ahora?
Aburrido de sentirse como una marioneta, Fulgencio, más que doblar la mano del azar, buscaba dignificarse. Ahora la muy caprichosa permitía que recibiese un millón de pesos. No podía ser que todo ese tiempo la suerte fuese la conductora de su vida, tenía que darle una lección. Quería sentir que era dueño de su vida, y el principal autor de su historia, que aunque desdichada, y meada, era suya, propia.
-¡El que ríe último, ríe mejor!- Gritó al llegar a casa.
Acto seguido, Fulgencio abrió todas las salidas de gas de la cocina. Se paseó varios minutos. De pronto recordó que tenía un cigarrillo en su abrigo, lo encendió.
Era encorvado, de un aspecto no muy favorable. Figura enclenque, las cejas como piernas arqueadas, el cabello desaparecía con cada silbido del viento. Su sombrero y su chaqueta de paño negra, infaltable; como si hiciese falta más colores opacos en esa lúgubre ciudad de edificios grises, en donde pareciera que el humo negro proviene de las personas, no de las industrias. Nunca adquirió seguridad, por lo que resultaba una sombra, un extra silencioso en la historia que protagoniza cualquier otro personaje.
Por esta misma razón, Fulgencio jamás logró desarrollarse socialmente. Peor aún, sus padres murieron cuando era un niño. Su tía Edelmira, se hizo cargo de la crianza del pequeño. Debido a la timidez del niño, y a su escasa capacidad de entablar amistad, la vieja Edelmira entretenía a Fulgencio con historias. En una de aquellas tardes de relatos remotos, ésta confesó haber presenciado el momento en el que el perro de la familia orinaba una de las patas de la cuna del recién nacido Fulgencio. Desde ese momento, se sintió destinado a una mala racha constante. Por un instante se sintió abatido pensando en los innumerables sinsabores que le esperaban. No importaba lo que hiciese, ¡estaba marcado por la imprudencia de un vil can!
Así los años comenzaron a desenvainar. Tal como peligrosas armas apuntando, como duras sentencias hacia él. Fulgencio se mantenía impasible. El meado de perro estaba siempre presente, pero nunca demasiado, no al punto de detenerlo en su vida. Aunque claro, nada salía como quería.
Llegados los treinta, aún no conocía una mujer. Y qué hablar de hijos. Menos amigos. Y trabajo… Un borracho intentando dirigir una orquesta era más hábil que él.
Fulgencio estaba solo y comenzaba a avistar una desconcertante conclusión que previamente habíamos esbozado. Era tan miserable que no era capaz de llevar las riendas de su propia vida. No era él protagonista de ésta, sino más bien, el azar. El azar era quien llevaba a Fulgencio cual pececillo en un río caudaloso, en donde la corriente prima, y los pequeños seres no hacen más que seguirla.
Nuestro personaje comienza a inquietarse, y junto con ello, se indigna. Que molesto resulta enfrentarse a lo azaroso, sobre todo cuando nunca ha estado de su lado. Que sórdido es luchar contra la meada de un perro, que al parecer, resulta peor condena que cualquiera de las que ha inventado el hombre en el orden social. ¡Orina canina antes que la cárcel! ¡Orina canina antes que el patíbulo!
Fulgencio era cada día menos Fulgencio, si es que alguna vez el fulgor lo acompañó. Aburrido de la pesadumbre de la rutina acostumbrada al desencanto, decidió enfrentarse al azar. Quería tomar venganza, reivindicarse. Tenía un plan del cual salir derrotado era imposible.
Tomó una pequeña cantidad de dinero, lo último que le quedaba, y se dirigió al casino. Jugó y apostó varias horas, hasta que finalmente, se encuentra de golpe con una gran sorpresa. En sus manos tenía un millón de pesos. Inesperadamente el azar estaba de su lado. No lo podía creer.
Lejos de regocijarse, Fulgencio se encontraba aturdido. Camino a casa comenzó a ser invadido por una actitud desafiante, incrédula, un tanto rabiosa. Sentía desconfianza. Si el azar había sido ingrato con él todos estos años, ¿por qué el cambio ahora?
Aburrido de sentirse como una marioneta, Fulgencio, más que doblar la mano del azar, buscaba dignificarse. Ahora la muy caprichosa permitía que recibiese un millón de pesos. No podía ser que todo ese tiempo la suerte fuese la conductora de su vida, tenía que darle una lección. Quería sentir que era dueño de su vida, y el principal autor de su historia, que aunque desdichada, y meada, era suya, propia.
-¡El que ríe último, ríe mejor!- Gritó al llegar a casa.
Acto seguido, Fulgencio abrió todas las salidas de gas de la cocina. Se paseó varios minutos. De pronto recordó que tenía un cigarrillo en su abrigo, lo encendió.
jueves, 15 de julio de 2010
Fado
Se eu soubesse
Se eu soubesse que morrendo
Tu me havias
Tu me havias de chorar
Por uma lagrima
Por uma lagrima tua
Que alegria
Me deixaria matar
miércoles, 14 de julio de 2010
Lo que el viento no se llevó.
viernes, 18 de junio de 2010
Si estuvieras aquí...
Te contaría que quedé en lo del taller. Seguramente te alegrarías, me habrías dado mil consejos. Y encenderías el vigésimo cigarro del día.
Si estuvieras aquí te habría llamado hace rato para contarte lo que me pasa. Te habría ido a ver el fin de semana pasado.
Si estuvieras aquí las cosas serían una milésima de segundo más fácil.
Hoy me preguntaron si alguien se ha tomado el tiempo de entenderme, y tu fuiste la única persona que se me vino a la mente.
No te has aparecido últimamente. Aunque quizás hoy has estado todo el día presente.
Prometo escribirle a la Angelina.
Si estuvieras aquí te habría llamado hace rato para contarte lo que me pasa. Te habría ido a ver el fin de semana pasado.
Si estuvieras aquí las cosas serían una milésima de segundo más fácil.
Hoy me preguntaron si alguien se ha tomado el tiempo de entenderme, y tu fuiste la única persona que se me vino a la mente.
No te has aparecido últimamente. Aunque quizás hoy has estado todo el día presente.
Prometo escribirle a la Angelina.
domingo, 6 de junio de 2010
Dylan y yo
Anoche vi 'Mi historia sin mi' o 'I'm not there' acerca de la vida de Bob Dylan. Sólo puedo decir que me costó entenderla, porque no es la típica película biográfica, no es lineal, menos comercialmente digerible. Tal vez tenga que ver que no sé mucho sobre la historia de Dylan. Sólo sé que es el más grande trovador de los gringos, que sus canciones tienen mucho contenido, que el tipo es judío de apellido Zimmerman, y que defendía a los negros y obreros, es decir, a los más desvalidos. Y debe ser por eso que gente engrupía como yo engancha con estas personalidades. Pero sobre todo por esta canción, que más que gustarme, siento que la vivo. Y eso es cuático, y te das cuenta del peso de la música. Porque se supone que la escribió hace más de 40 años, y una pendeja posmoderna del tercer mundo la siente casi como su propia historia. Como su himno.
Hubo una época en que vestías tan elegante
Arrojabas una moneda de diez centavos a los vagabundos en tu mejor momento, no es así?
La gente te decía “cuidado muñeca, estás por caerte”
Pensabas que estaban bromeando
Solías reírte de todos aquellos que te rodeaban
Ahora no hablas tan alto
Ahora no pareces tan orgullosa
De tener que mendigar para tu próxima comida.
¿Qué tal se siente?
¿Qué tal se siente estar sin hogar?
Como un completo desconocido
Como una piedra rodante.
Has ido a los mejores colegios, señorita solitaria
Pero sabes que lo único que hacías ahí era chismosear
Y nunca nadie te enseñó como vivir en la calle
Y ahora te das cuenta de que tendrás que acostumbrarte
Decías que nunca te comprometerías
Con el misterioso vagabundo, pero ahora te das cuenta
Que no vende ninguna coartada
Mientras miras fijamente en el vacío de sus ojos
Y dices, ¿quieres hacer un trato?
¿Qué tal se siente?
¿Qué tal se siente estar sin hogar?
Como un completo desconocido
Como una piedra rodante.
Nunca te diste vuelta para mirar el ceño fruncido de los payasos
Cuando venían a hacer trucos para ti
Nunca comprendiste que eso no estaba bien
No debiste permitir que otros se dieran patadas por ti
Solías montar en el caballo cromado con tu diplomático
Que llevaba en sus hombros un gato siamés
¿No es duro descubrir
Que no era lo que parecía
Después de que te robara todo lo que pudo?
¿Qué tal se siente?
¿Qué tal se siente estar sin hogar?
Como un completo desconocido
Como una piedra rodante.
La princesa en el campanario y toda la gente linda
Están bebiendo, piensan que han triunfado
Intercambiando preciosos regalos
Más vale que te quites el anillo de diamantes y lo empeñes
Solías divertirte tanto
Con el andrajoso Napoleón y el lenguaje que usaba
Ve con él ahora, te llama, no puedes negarte
Cuando no tienes nada, no tienes nada que perder
Eres invisible ahora, no tienes secretos que ocultar.
¿Qué tal se siente?
¿Qué tal se siente estar sin hogar?
Como un completo desconocido
Como una piedra rodante.
lunes, 31 de mayo de 2010
domingo, 30 de mayo de 2010
Porno star
Ya no hay fasos ni besos ni alcohol para consolarte...
A veces pienso que soy una bomba a punto de estallar. La gente oye el tic-tac y huye. Pareciera que fuese a destruir todo. Cuando todos están escondidos, protegidos, lejanos, soy como un volcán dormido, esperando por entrar en actividad en cualquier momento. Aunque podrían pasar años entre actividad y actividad.
Ser una explosión inminente no es sensual como la bomba 4. Sí es excitante; las sensaciones se intensifican y todo está rodeado de impredictibilidad.
sábado, 22 de mayo de 2010
Últimas palabras.
A F. Mason
Existen quemaduras profundas, localizadas. Como quien toma un cigarro y lo hunde en la carne, a sangre fría. Te deja un pozo, profundo, donde podría entrar un elefante, o un tren. Te duele porque la herida está abierta, la carne expuesta. Te podrás imaginar el tiempo que toma para que una cicatriz así sane. Si no te cuidas podría tomar años, y el dolor no se iría. Algo similar es lo que siento con esta decepción.
viernes, 21 de mayo de 2010
Retrato del Artista Contemporáneo
Existe el mito, o creencia, acerca de la personalidad tormentosa y conflictiva que caracteriza a los artistas. Que son alcohólicos, promiscuos, depresivos, inestables. Pero perdonamos todos sus pecados al contemplar el resultado de esta oscura genialidad.
No nos interesa desmentir el prejuicio sobre ellos. Más bien nuestro propósito radica en acercar a estos artistas contemporáneos a nosotros, la gente común, y de esta forma, comprender, a través de sus retratos, el origen de sus obras. El por qué de aquella particular sensibilidad. Por este motivo hemos organizado este ciclo de cine, Retrato del artista contemporáneo. Esperamos que todos asistan. ¡Disfrútenlo!
domingo, 16 de mayo de 2010
Pena de bandoneón.
Malena canta el tango como ninguna
y en cada verso pone su corazón.
A yuyo del suburbio su voz perfuma,
Malena tiene pena de bandoneón.
Tal vez allá en la infancia su voz de alondra
tomó ese tono oscuro de callejón,
o acaso aquel romance que sólo nombra
cuando se pone triste con el alcohol.
Malena canta el tango con voz de sombra,
Malena tiene pena de bandoneón.
jueves, 13 de mayo de 2010
When.
Tanto te asquea la 'debilidad'. El comportamiento extraño, la visceralidad, la sensibilidad, las personalidades tormentosas. Y son esas mismas que idolatras en los personajes de la tele. Pero en carne y hueso no tiene gracia. No hay fama, no hay glamour, no hay fotografías. Pero esta es la realidad. Mi realidad. Y si no lo aceptas, no hay más de que hablar. Tal vez mi sordidez la acepten otros. Los que encuentren mi diario, los que escuchen de mi luego de morir, lo que no me conozcan y me perciban como un personajillo pintoresco. Los que no tengan que soportar el hedor de las entrañas mezcladas con perfume y detergente.
Me arrancaría los ojos para no tener que ver más a este mundo de mierda; me abriría los ojos del alma para ver todo lo que no comprendo. Pero las llaves se han perdido para siempre, las han tirado por el escusado.
Me sacaría el cerebro y lo daría de comida a mis enemigos para que murieran envenenados.
Me arrancaría los ojos para no tener que ver más a este mundo de mierda; me abriría los ojos del alma para ver todo lo que no comprendo. Pero las llaves se han perdido para siempre, las han tirado por el escusado.
Me sacaría el cerebro y lo daría de comida a mis enemigos para que murieran envenenados.
miércoles, 12 de mayo de 2010
Simplemente no sé.
Cuando no sabes que hacer contigo es brutal. Porque puede que no sepas que hacer con una persona, o con ropa que ya no te gusta, o incluso con tu pelo que puede ser un desastre. Pero cuando el problema eres tu, te encuentras en una guerra sin tregua, porque tienes que convivir con el enemigo cada segundo. Y así comienzas a elucubrar... Y a divagar... Y tal vez no saques cuentas muy alegres.
lunes, 10 de mayo de 2010
Y lo que es más, serás una mujer, hija mía.
Si
Si puedes mantener la cabeza cuando todo a tu alrededor
pierde la suya y te culpan por ello;
Si puedes confiar en ti mismo cuando todos dudan de ti,
pero admites también sus dudas;
Si puedes esperar sin cansarte en la espera,
o, siendo engañado, no pagar con mentiras,
o, siendo odiado, no dar lugar al odio,
y sin embargo no parecer demasiado bueno, ni hablar demasiado sabiamente;
Si puedes soñar-y no hacer de los sueños tu maestro;
Si puedes pensar-y no hacer de los pensamientos tu objetivo;
Si puedes encontrarte con el triunfo y el desastre
y tratar a esos dos impostores exactamente igual,
Si puedes soportar oír la verdad que has dicho
retorcida por malvados para hacer una trampa para tontos,
O ver rotas las cosas que has puesto en tu vida
y agacharte y reconstruirlas con herramientas desgastadas;
Si puedes hacer un montón con todas tus ganancias
y arriesgarlo a un golpe de azar,
y perder, y empezar de nuevo desde el principio
y no decir nunca una palabra acerca de tu pérdida;
Si puedes forzar tu corazón y nervios y tendones
para jugar tu turno mucho tiempo después de que se hayan gastado
y así mantenerte cuando no queda nada dentro de ti
excepto la Voluntad que les dice: “¡Resistid!”
Si puedes hablar con multitudes y mantener tu virtud
o pasear con reyes y no perder el sentido común;
Si ni los enemigos ni los queridos amigos pueden herirte;
Si todos cuentan contigo, pero ninguno demasiado;
Si puedes llenar el minuto inolvidable
con un recorrido de sesenta valiosos segundos.
Tuya es la Tierra y todo lo que contiene,
y —lo que es más— ¡serás un Hombre, hijo mío!
Si puedes mantener la cabeza cuando todo a tu alrededor
pierde la suya y te culpan por ello;
Si puedes confiar en ti mismo cuando todos dudan de ti,
pero admites también sus dudas;
Si puedes esperar sin cansarte en la espera,
o, siendo engañado, no pagar con mentiras,
o, siendo odiado, no dar lugar al odio,
y sin embargo no parecer demasiado bueno, ni hablar demasiado sabiamente;
Si puedes soñar-y no hacer de los sueños tu maestro;
Si puedes pensar-y no hacer de los pensamientos tu objetivo;
Si puedes encontrarte con el triunfo y el desastre
y tratar a esos dos impostores exactamente igual,
Si puedes soportar oír la verdad que has dicho
retorcida por malvados para hacer una trampa para tontos,
O ver rotas las cosas que has puesto en tu vida
y agacharte y reconstruirlas con herramientas desgastadas;
Si puedes hacer un montón con todas tus ganancias
y arriesgarlo a un golpe de azar,
y perder, y empezar de nuevo desde el principio
y no decir nunca una palabra acerca de tu pérdida;
Si puedes forzar tu corazón y nervios y tendones
para jugar tu turno mucho tiempo después de que se hayan gastado
y así mantenerte cuando no queda nada dentro de ti
excepto la Voluntad que les dice: “¡Resistid!”
Si puedes hablar con multitudes y mantener tu virtud
o pasear con reyes y no perder el sentido común;
Si ni los enemigos ni los queridos amigos pueden herirte;
Si todos cuentan contigo, pero ninguno demasiado;
Si puedes llenar el minuto inolvidable
con un recorrido de sesenta valiosos segundos.
Tuya es la Tierra y todo lo que contiene,
y —lo que es más— ¡serás un Hombre, hijo mío!
domingo, 25 de abril de 2010
Permanencias históricas.
“No se explica que haya tantas mujeres que preguntan cómo deben proceder para retener a sus maridos en el hogar y enamorados. La respuesta es simple. Tienen que aprender a ser buenas cocineras, tienen que aprender a ser buenas dueñas de casa. Tienen que renunciar al esfuerzo de aparentar menor edad, de retener la figura juvenil. Tienen que concentrarse en el esfuerzo de hacer cómoda la vida del hombre de la casa, darle la clase de comida que a él le gusta, preparada como la prefiere. En esa forma no lo perderán jamás”.
Este (¿sabio?) consejo para mantener al marido enamorado lo encontramos en una antigua revista femenina, dedicada al tema culinario: “Doña Pepa”, que circuló en Chile entre 1949 y 1959. Durante una década dio recetas de cocina a sus lectoras y otras orientadas a mantener viento en popa la vida conyugal, como esta otra, fechada en noviembre de 1950:
“La mujer capaz de alimentar bien a su marido y de proporcionarle comodidades en el hogar, no tendrá nunca que lamentarse por la pérdida de su amor. Nadie que considere seriamente esta cuestión podrá poner en duda que la razón de que haya más matrimonios desavenidos que antaño se encuentra en el hecho de que la muchacha moderna no vive, como la de otra época, dedicada al hogar y que al casarse sabe tanto de las tareas del hogar como de construir la bomba atómica”.
Defitinivamente, estoy cagá. Ni ahora ni 60 años atrás me habría ido mejor... Hay cosas que nunca cambian. Permanencias históricas para que suene más lindo.
jueves, 22 de abril de 2010
domingo, 18 de abril de 2010
El tiempo no para.
Disparo contra el sol
con la fuerza del ocaso
Mi ametralladora
está llena de magia.
Pero soy solo un hombre más.
Cansado de correr
en la dirección contraria,
sin podio de llegada
y mi amor me corta la cara,
porque soy sólo un hombre más.
Pero si pensás que estoy derrotado,
quiero que sepas que me la sigo jugando
porque el tiempo, el tiempo no para.
Unos días sí, otros no,
estoy sobreviviendo sin un rasguñón,
por la caridad de quien me detesta.
Y tu cabeza está llena de ratas.
Te compraste las acciones de esta farsa
y el tiempo no para.
Yo veo el futuro repetir el pasado,
veo un museo de grandes novedades
y el tiempo no para, no para.
Yo no tengo fechas para recordar
mis dias se gastan de par en par
buscando un sentido a todo esto.
Las noches de frío es mejor ni nacer,
las de calor se escoje matar o morir
y así nos hacemos chilenos!!
Nos tildan de ladrones, maricas, faloperos,
y ellos destruyeron un país entero,
pues así se roba mas dinero.
con la fuerza del ocaso
Mi ametralladora
está llena de magia.
Pero soy solo un hombre más.
Cansado de correr
en la dirección contraria,
sin podio de llegada
y mi amor me corta la cara,
porque soy sólo un hombre más.
Pero si pensás que estoy derrotado,
quiero que sepas que me la sigo jugando
porque el tiempo, el tiempo no para.
Unos días sí, otros no,
estoy sobreviviendo sin un rasguñón,
por la caridad de quien me detesta.
Y tu cabeza está llena de ratas.
Te compraste las acciones de esta farsa
y el tiempo no para.
Yo veo el futuro repetir el pasado,
veo un museo de grandes novedades
y el tiempo no para, no para.
Yo no tengo fechas para recordar
mis dias se gastan de par en par
buscando un sentido a todo esto.
Las noches de frío es mejor ni nacer,
las de calor se escoje matar o morir
y así nos hacemos chilenos!!
Nos tildan de ladrones, maricas, faloperos,
y ellos destruyeron un país entero,
pues así se roba mas dinero.
sábado, 17 de abril de 2010
martes, 13 de abril de 2010
"Nunca te olvidaré".
27 de febrero de 1939
Mi amado Nick:
Esta mañana recibí tu carta, después de tantos días de espera. Sentí tal felicidad que empecé a llorar antes de leerla. Mi niño, en realidad no debería quejarme de nada de lo que me pase en la vida, mientras tu me quieras y yo te quiera. ( Este amor )es tan real y hermoso que me hace olvidar todas las penas y los problemas, hasta hace que olvide la distancia. A través de tus palabras estoy tan cerca de ti que puedo sentir tu risa tan limpia y franca que sólo tú tienes. Estoy contando los días que faltan para mi regreso ¡ Un mes mas ! Entonces estaremos juntos de nuevo...
En algún momento, ella le hizo creer que dejaría a Rivera y se casaría con él, él le creyo, e incluso cuando ella estaba en Paris montando su exposicion Nickolas escribe lo siguiente:
" Estoy tan hambriento de ti, tan hambriento de tus pechos, que me muero de deseo. Mi tehuana esta en Paris y noy hay otra, Has fijado un estandar, has empacado mi corazón dentro del tuyo y ahi esta. Estoy construyendo un futuro sobre eso, para vivir en México"...
Siete años después ella le dijera: “Nunca te voy a olvidar, nunca, nunca. Tú eres mi vida entera”, el romance fue más intenso cuando la pintora viaja a Nueva York para montar su primera exposición individual en la galería de Julien Levy. Sin embargo, Muray decidió casarse con otra mujer.
martes, 6 de abril de 2010
Ti voglio bene, F.
Siento que tengo mucho que decirte, y a la vez nada. Porque todo te lo he dicho alguna vez, y si no, yo sé que lo sabes igual. A veces tanta palabrería está demás... Y nos conocemos tan bien que quizás las palabras sobren, pero es mejor que te escriba igual, para quedarme un poco más tranquila.
Es paradójico, porque cuando pienso en ti muchas cosas se vienen a mi mente, pero en este momento están como atascadas... Debe ser porque son muchas ideas a la vez. Tu sabes lo importante que fuiste y eres en mi vida. Y me asusta que lo olvides. Muchas veces hablé contigo y sentía eso... Que lo habías olvidado, y sentía tristeza. Podrás reprocharme, como más de alguna vez lo has hecho, que yo tb me he olvidado de ti en más de alguna ocasión, que he hecho cosas sin pensar en tí... Pero eso no es cierto. Nunca he podido sacarte de mi mente, NUNCA. Porque en estos años he tenido la oportunidad de conocer personas, pero la verdad es que nadie te puede superar, pues ninguno de ellos ha estado ni siquiera cerca de poseer tus valores e ideales. Con nadie he logrado el nivel de confianza y complicidad que alguna vez tuvimos. Claramente no es tu caso, sin embargo, sólo te pido que no olvides mis palabras.
Fuiste el primer hombre en mi vida, y lo más probable, es que seas el único al que recuerde. Pues los momentos que viví contigo siempre los atesoraré en mi mente, incluso los amargos, porque han sido los únicos en los que sentí amor profundo por alguien que no fuese parte de mi familia o amigos.
Hace poco me dijiste que el verdadero amor era ese que se quedaba contigo... No creo que sea así. Puede suceder como no. Porque el amor no termina necesariamente en un final feliz, las parejas que más se quisieron no siempre terminan juntas... Porque la vida es así, injusta, inexacta, a veces cruel.
Estoy triste porque te vas, porque no te veré al menos por mucho tiempo más. Tb porque aún no asumo del todo que todo lo que fue, nunca volverá, pero aún así, intento respetarlo. La línea 5 siempre me recordará a tí, cuando me subía en baquedano los domingos en la tarde para verte, los quequitos de canela que vendían en el mall, las idas al cine. En verdad fuiste el mejor anfitrión en la capital que una huasita pudo tener.
Me gustaría pedirte 2 cosas. Que disculpes mis errores del pasado, me gustaría que comprendieras que si me equivoqué fue por inmadurez, era chica e inexperta; y como te dije hace poco, hay muchas cosas de mi crecimiento de las que te has perdido por razones obvias. Y por último, no me olvides. Ni cuando vivas en Italia y seas un hombre pleno, totalmente en su ambiente; ni cuando vuelvas a Chile, así sea por unos días, o en las condiciones que sea, yo siempre te estaré esperando.
Ayer y hoy sólo quería abrazarte, aún. Pero reconozco que habría sido una lata ponerme a llorar. Te imagino incómodo, sin saber muy bien que hacer.
Día a día me han pasado tantas cosas... Anécdotas, alegrías, frustraciones, he encontrado nuevos intereses, he conocido a gente muy buena tb.. Y todo eso me hubiese gustado compartirlo contigo, como antes, pero tengo claros mis límites, y sé que no correspondía tomar el teléfono y contarte las cosas que me pasaban. Muchas veces he sentido que me has hecho falta... Te he extrañado demasiado. Y supongo que lo seguiré haciendo.
Un abrazo grande. Te quiero mucho.
Buen viaje...
Es paradójico, porque cuando pienso en ti muchas cosas se vienen a mi mente, pero en este momento están como atascadas... Debe ser porque son muchas ideas a la vez. Tu sabes lo importante que fuiste y eres en mi vida. Y me asusta que lo olvides. Muchas veces hablé contigo y sentía eso... Que lo habías olvidado, y sentía tristeza. Podrás reprocharme, como más de alguna vez lo has hecho, que yo tb me he olvidado de ti en más de alguna ocasión, que he hecho cosas sin pensar en tí... Pero eso no es cierto. Nunca he podido sacarte de mi mente, NUNCA. Porque en estos años he tenido la oportunidad de conocer personas, pero la verdad es que nadie te puede superar, pues ninguno de ellos ha estado ni siquiera cerca de poseer tus valores e ideales. Con nadie he logrado el nivel de confianza y complicidad que alguna vez tuvimos. Claramente no es tu caso, sin embargo, sólo te pido que no olvides mis palabras.
Fuiste el primer hombre en mi vida, y lo más probable, es que seas el único al que recuerde. Pues los momentos que viví contigo siempre los atesoraré en mi mente, incluso los amargos, porque han sido los únicos en los que sentí amor profundo por alguien que no fuese parte de mi familia o amigos.
Hace poco me dijiste que el verdadero amor era ese que se quedaba contigo... No creo que sea así. Puede suceder como no. Porque el amor no termina necesariamente en un final feliz, las parejas que más se quisieron no siempre terminan juntas... Porque la vida es así, injusta, inexacta, a veces cruel.
Estoy triste porque te vas, porque no te veré al menos por mucho tiempo más. Tb porque aún no asumo del todo que todo lo que fue, nunca volverá, pero aún así, intento respetarlo. La línea 5 siempre me recordará a tí, cuando me subía en baquedano los domingos en la tarde para verte, los quequitos de canela que vendían en el mall, las idas al cine. En verdad fuiste el mejor anfitrión en la capital que una huasita pudo tener.
Me gustaría pedirte 2 cosas. Que disculpes mis errores del pasado, me gustaría que comprendieras que si me equivoqué fue por inmadurez, era chica e inexperta; y como te dije hace poco, hay muchas cosas de mi crecimiento de las que te has perdido por razones obvias. Y por último, no me olvides. Ni cuando vivas en Italia y seas un hombre pleno, totalmente en su ambiente; ni cuando vuelvas a Chile, así sea por unos días, o en las condiciones que sea, yo siempre te estaré esperando.
Ayer y hoy sólo quería abrazarte, aún. Pero reconozco que habría sido una lata ponerme a llorar. Te imagino incómodo, sin saber muy bien que hacer.
Día a día me han pasado tantas cosas... Anécdotas, alegrías, frustraciones, he encontrado nuevos intereses, he conocido a gente muy buena tb.. Y todo eso me hubiese gustado compartirlo contigo, como antes, pero tengo claros mis límites, y sé que no correspondía tomar el teléfono y contarte las cosas que me pasaban. Muchas veces he sentido que me has hecho falta... Te he extrañado demasiado. Y supongo que lo seguiré haciendo.
Un abrazo grande. Te quiero mucho.
Buen viaje...
miércoles, 24 de marzo de 2010
Descarnado.
And what can I tell you my brother, my killer
What can I possibly say?
I guess that I miss you, I guess I forgive you
I'm glad you stood in my way.
sábado, 6 de marzo de 2010
El tratamiento de la prensa a la catástrofe.
Hace casi un año se hizo pública la colusión de las farmacias, en donde el pueblo era saqueado diariamente por los ladrones de cuello y corbata. Hoy nadie lo recuerda, es más fácil condenar los actos desesperados de la gente. Los crímenes de los poderosos son encubiertos por los medios oficiales.
viernes, 5 de marzo de 2010
lunes, 1 de marzo de 2010
¿Donde está Dios?
Supongo que es parte esencial de la vida el dolor, la tristeza, y por qué no, la tragedia. La vida siempre se ha presentado como un claroscuro, y es imposible no apreciar lo bueno sin vivir lo 'malo' (que palabra más ambigua o amplia, pero en estos contextos se entiende de inmediato). Fui agnóstica por 7 años, en algún momento negué a Dios. Hace un tiempo logré acercarme nuevamente a la fé (sí, personas como yo tb pueden necesitar creer). Iba con cierta vergüenza a la iglesia, pero no me avergonzaba que me vieran entrando o algo así, sino que sé, muchas de las cosas que he hecho no son aceptadas por el catolicismo, y como en más de una oportunidad negué a Dios, me avergonzaba la supuesta hipocrecía con que actuaba. En el asiento más alejado me quedaba un rato intentando conversar con ese ser superior. Alguna vez alguien me dijo que creer en Dios era la opción más cómoda, era el camino fácil, no sé si será cierto. Sólo sé que después de 'vivir' (en el sentido pleno de la palabra), y de haber sido agnóstica por un par de años, me encuentro en una paradoja inmensa. Creer no es fácil, tantos años en el escepticismo adormilan tu capacidad de cultivar la fé; y por otro lado, luego de ver tanta miseria, tanto dolor, tanto horror, sólo quieres una respuesta y quieres algo que te calme, porque es imposible ignorar tanto sufrimiento y desgracia. Y es en estos momentos en que te preguntas ¿donde está Dios? ¿por qué permite que estas cosas ocurran?. Porque Dios existe... Quiero creer.
sábado, 27 de febrero de 2010
martes, 23 de febrero de 2010
"Da lo mismo".
Hay quienes suelen recurrir a la resignación frente a la adversidad, el "da lo mismo" funciona como escudo, pero es una protección tan corriente y usada que como escudo ya está abollado, no resiste y ni siquiera cumple; es débil. Soy de las que prefiere no escudarse bajo palabras vacías. Voy al frente con mis ideales como capitán de barco en alta mar, en medio de una tormenta. Esta vez quiero aferrarme, con mis manos, mis uñas, mi rabia y mi fuerza. Darme por vencida sería muy aburrido. Si me rindo, ¿por qué motivo tendría que levantarme mañana?.
domingo, 21 de febrero de 2010
La catársis que nunca vendrá.
Bastaría un pequeño impulso, incontrolable, para desatar una erupción, un aluvión, una hoguera, una catársis para esta opresión. Quien dijo que el encarcelamiento era el peor castigo estaba equivocado. Es la omisión de los pensamientos, el silencio de los sentimientos la verdadera tortura; carcome el alma y sepulta los anhelos más puros y honestos.
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