lunes, 26 de julio de 2010

Un año de amor

Les miento si les digo que la relación con mi padre siempre fue buena. Les miento si les digo que las cosas entre nosotros han sido fáciles. Les miento si les digo que esta historia es de penurias y dificultades, pero con un final feliz y enaltecedor. No, esto no es un cuento de hadas ni lo pasan por la tele. Lo nuestro ni siquiera existió, al menos por mucho tiempo. Mi historia, la de mis padres, la de mi padre y mía, es sólo nuestra. No hay protagonistas ni antagonistas, héroes ni villanos; sólo personas, carne y hueso, dientes y uñas.

(Lo nuestro se acabó
Y te arrepentirás
De haberle puesto fin
A un año de amor)


Mi viejo tenía 16 y mi mamá 20. Se conocieron en una fiesta del barrio. Mi mamá siempre me ha dicho que le impresionaron los ojos pardos de mi papá. Le decían El Polaquito, y aunque nadie me lo ha explicado, asumo que era por su aspecto de europeo. Delgado, rasgos armónicos, tez pálida, cabello castaño claro. Así, mi mamá empezó a profanar cuna y pololeó con el cabro chico bonito del barrio. He visto fotos de la época y es cierto, era guapo.

Al poco tiempo, se mandaron una cagaíta más o menos. El Polaquito dejó embarazada a mi mamá. El cabro chico con la mina más grande. Y el cagazo era yo (no podría referirme a mí misma simplemente como “cagaíta”). No resulta difícil imaginar cuanto los insultaron y humillaron en ambas casas. Pese a todo, al parecer nunca dudaron acerca de tenerme o no. Hasta el día de hoy no decido si se los agradezco o no. La cosa es que se mantuvieron juntos un par de meses más luego de mi nacimiento.

Una de las noches del quiebre, mi mamá vio a Miguel Bosé interpretar “un año de amor” en “Tacones Lejanos”. Sintió que la canción venía en un momento preciso, pensaba que captaba muy bien la amargura por la ruptura con mi papá. Así es que un día le dijo que se la dedicaba, que cada vez que escuchara esa canción, pensara en ella, y en que jamás volvería a tener un romance tan tórrido como el que tuvieron.

Durante años, sólo sabía que mi padre estaba ausente. Me dijeron que al poco tiempo de romper con mi vieja, él había escapado de su casa, que quedaba a dos cuadras de la de mi mamá. Nunca más se supo del Polaquito. Mis abuelos me decían que andaba metido en drogas, mi tía decía que por el mismo asunto había escapado a Argentina. Hace poco incluso escuché que andaba metido con milicos, porque aunque la dictadura había terminado, los sapos seguían vigentes.

(Y de noche, y de noche
Por no sentirte solo
Recordarás, nuestros días felices
Recordarás, el sabor de mis besos)


Lo cierto es que mi papá apareció hace un año. Un tarde de sábado llegó El Polaquito a la misma puerta que hace dieciocho años atrás frecuentaba con tanto deseo y luego con tanto hastío. Como veía, seguía siendo un hombre delgado, pero a diferencia de las fotos, se veía cansado, ojeroso y demacrado, usaba el pelo peinado hacia atrás, un poco largo. El impacto de mi mamá al verlo fue grande, por un momento se quedó muda, pronto volvió a reincorporarse, e inesperadamente, lo trató con amabilidad. Yo no sabía muy bien qué hacer. No sabía si abrazarlo o escupirlo. Durante años acumulé preguntas, dudas, imprecaciones, demandas, anhelos. Pero su visita fue tan insospechada que por un buen rato quedé desconcertada.

Observaba como conversaba con mi mamá. Él me miraba, yo lo miraba, pero entre nosotros aún no había palabras. Después de un buen rato, disparé sin previo aviso:
-¿Es verdad que fuiste sapo de los milicos y por eso me dejaste botá?
-No, no es verdad. A los milicos no les gustan los maricones como yo.
-Ah, si… Es que fuiste harto maricón.
-No, mijita, no me refiero a eso, aunque sí, tenís razón. Pero lo que trato de decir es que soy fleto, mariposón, gay… Como quieras llamarle.

Hubo un largo silencio. Incómodo, espeso, duro como roca. Me mantuve impasible. Puede sonar chocante en un comienzo, pero nunca he repudiado sus preferencias sexuales, sino más bien, resiento su abandono, su ausencia.

(Y entenderás en un solo momento
Qué significa
Un año de amor)


Con el paso de los meses he logrado comenzar a comprender ciertas cosas de mi padre. Por qué se fue, o por qué no apareció antes, son preguntas que he respondido a través de las conversaciones que en este tiempo he tenido con él.
Hoy es domingo, cerca de la medianoche. Mi papá presenta su show más famoso. Viste de mujer en el escenario, imita a Miguel Bosé como transformista en “Tacones Lejanos”.

domingo, 25 de julio de 2010

Loca


Me muero por saber que pasó contigo
En todos estos años en que no nos vimos

lunes, 19 de julio de 2010

Meado de perro.

Fulgencio Rozas era todo menos su nombre. Era todo menos resplandeciente, brillante, fulguroso, despampanante. No, no se engañe. Al contrario, nada de eso. No destacaba, al menos no en la forma en la cual cualquier hombre quisiese sobresalir.
Era encorvado, de un aspecto no muy favorable. Figura enclenque, las cejas como piernas arqueadas, el cabello desaparecía con cada silbido del viento. Su sombrero y su chaqueta de paño negra, infaltable; como si hiciese falta más colores opacos en esa lúgubre ciudad de edificios grises, en donde pareciera que el humo negro proviene de las personas, no de las industrias. Nunca adquirió seguridad, por lo que resultaba una sombra, un extra silencioso en la historia que protagoniza cualquier otro personaje.
Por esta misma razón, Fulgencio jamás logró desarrollarse socialmente. Peor aún, sus padres murieron cuando era un niño. Su tía Edelmira, se hizo cargo de la crianza del pequeño. Debido a la timidez del niño, y a su escasa capacidad de entablar amistad, la vieja Edelmira entretenía a Fulgencio con historias. En una de aquellas tardes de relatos remotos, ésta confesó haber presenciado el momento en el que el perro de la familia orinaba una de las patas de la cuna del recién nacido Fulgencio. Desde ese momento, se sintió destinado a una mala racha constante. Por un instante se sintió abatido pensando en los innumerables sinsabores que le esperaban. No importaba lo que hiciese, ¡estaba marcado por la imprudencia de un vil can!
Así los años comenzaron a desenvainar. Tal como peligrosas armas apuntando, como duras sentencias hacia él. Fulgencio se mantenía impasible. El meado de perro estaba siempre presente, pero nunca demasiado, no al punto de detenerlo en su vida. Aunque claro, nada salía como quería.
Llegados los treinta, aún no conocía una mujer. Y qué hablar de hijos. Menos amigos. Y trabajo… Un borracho intentando dirigir una orquesta era más hábil que él.
Fulgencio estaba solo y comenzaba a avistar una desconcertante conclusión que previamente habíamos esbozado. Era tan miserable que no era capaz de llevar las riendas de su propia vida. No era él protagonista de ésta, sino más bien, el azar. El azar era quien llevaba a Fulgencio cual pececillo en un río caudaloso, en donde la corriente prima, y los pequeños seres no hacen más que seguirla.
Nuestro personaje comienza a inquietarse, y junto con ello, se indigna. Que molesto resulta enfrentarse a lo azaroso, sobre todo cuando nunca ha estado de su lado. Que sórdido es luchar contra la meada de un perro, que al parecer, resulta peor condena que cualquiera de las que ha inventado el hombre en el orden social. ¡Orina canina antes que la cárcel! ¡Orina canina antes que el patíbulo!
Fulgencio era cada día menos Fulgencio, si es que alguna vez el fulgor lo acompañó. Aburrido de la pesadumbre de la rutina acostumbrada al desencanto, decidió enfrentarse al azar. Quería tomar venganza, reivindicarse. Tenía un plan del cual salir derrotado era imposible.
Tomó una pequeña cantidad de dinero, lo último que le quedaba, y se dirigió al casino. Jugó y apostó varias horas, hasta que finalmente, se encuentra de golpe con una gran sorpresa. En sus manos tenía un millón de pesos. Inesperadamente el azar estaba de su lado. No lo podía creer.
Lejos de regocijarse, Fulgencio se encontraba aturdido. Camino a casa comenzó a ser invadido por una actitud desafiante, incrédula, un tanto rabiosa. Sentía desconfianza. Si el azar había sido ingrato con él todos estos años, ¿por qué el cambio ahora?
Aburrido de sentirse como una marioneta, Fulgencio, más que doblar la mano del azar, buscaba dignificarse. Ahora la muy caprichosa permitía que recibiese un millón de pesos. No podía ser que todo ese tiempo la suerte fuese la conductora de su vida, tenía que darle una lección. Quería sentir que era dueño de su vida, y el principal autor de su historia, que aunque desdichada, y meada, era suya, propia.
-¡El que ríe último, ríe mejor!- Gritó al llegar a casa.
Acto seguido, Fulgencio abrió todas las salidas de gas de la cocina. Se paseó varios minutos. De pronto recordó que tenía un cigarrillo en su abrigo, lo encendió.

jueves, 15 de julio de 2010

Fado


Se eu soubesse
Se eu soubesse que morrendo
Tu me havias
Tu me havias de chorar
Por uma lagrima
Por uma lagrima tua
Que alegria
Me deixaria matar

miércoles, 14 de julio de 2010

Lo que el viento no se llevó.


Tal vez éste sea el peor castigo. Recordar a diario el error de mis decisiones, los sentimientos mutilados, vivir de recuerdos que, pareciera, fuesen sólo producto de mi imaginación. Es como si nunca nada de aquello hubiese sucedido. Sólo yo lo recuerdo. Sólo yo te recuerdo.