domingo, 24 de octubre de 2010

Escape

Un golpe. Dos golpes. Tres. Varios latigazos. Una quemadura; muchas. Un chirrido. Luego chillidos. Clamaban por piedad, pero no había caso. Debían pagar por su terquedad. Les decía que no y volvían a hacerlo. ¡Estoy diciendo que se queden ahí, mierda! Y al oír la voz, quedaban impávidos esperando a que ocurriera lo peor. Fulgencia adoptaba una voz patronal. Acompañada por el extraño tubo que emanaba gritos infernales, los dirigía al lugar exacto en el que debían estar.
Junto con el lugar, venían las indicaciones. Escuchaban impasibles, mientras les exigía obediencia. Ante el menor atisbo de relajo, volvían los manotazos, los rugidos y los chillidos.
Frente al rito asfixiante, comenzaban a debilitarse. Perdieron vida, fuerza. Sus jóvenes cuerpos se marchitaban día a día. Comprendieron que el escenario, cual campo de concentración, exigía una salida, un escape.
Organizados comenzaron a huir, lentamente, en el silencio de las cómplices noches. Algunas veces en solitario, otras, en escapes colectivos. Al marcharse, unos con otros se despedían y manifestaban su amargo júbilo. Algunas noches, Fulgencia podía escuchar los adioses y los deseos de una vida mejor. Pero intentaba ignorarlos, justificando que quizás sólo fuera parte de su mente cansada, alucinando por el cansancio.
Una mañana, el extraño tubo endemoniado volvió a buscarlos para continuar con el martirio. Los pocos que quedaban, valientes, no se preocuparon por aparentar sumisión. No había nada que perder. Frente a la rebeldía, el artefacto enyegüecido desesperó, por lo que comenzó a dar postreras llamaradas de inquietante sonido. Pero antes de que pudiera ultimar a alguien, era demasiado tarde. Arrancó a todos con el primer manotazo. Nada quedaba de aquellos cuerpos bellos y alargados, que juntos producían las más graciosas y coquetas formas. El marco de su rostro había desaparecido.

1 comentario:

  1. Solo quiero decir que tu "diarrea verbal" me parece interesante... saludos

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